Domingo, 31 de mayo de 2015 Suplemento
económico de Página 12
ESCENARIO › DEBATE DE LA HETERODOXIA Y LA
ORTODOXIA ECONOMICA
La
demanda y el ajuste
El rol de la demanda es objeto de una profunda
controversia entre la teoría económica keynesiana (heterodoxa) y la teoría
llamada convencional (neoclásica u ortodoxa). Los argumentos de una y otra
corriente del pensamiento económico. Por Bruno
Susani *
El rol de la demanda es objeto de una profunda
controversia entre la teoría económica keynesiana (heterodoxa) y la teoría
llamada convencional (neoclásica u ortodoxa). Esta última sostiene que existe
siempre una igualdad entre la oferta global y la demanda global puesto que la
ley de Say explica, de manera muy elegante, que toda oferta genera una demanda
equivalente, vale decir que el valor de la producción global, que se distribuye
entre salarios y beneficios, es suficiente para comprar todo lo producido. Como
el “mercado” determina los precios y los salarios entonces no pueden existir ni
desocupados ni capacidades de producción ociosas.
Keynes, desmenuzó el significado del aserto y
mostró en La Teoría General que la moneda posee el atributo de otorgar a sus
poseedores la posibilidad de utilizar su ingreso para comprar bienes, pero que
también puede atesorarse (en dólares, por ejemplo), por precaución, o se puede
utilizar para la especulación o la compra de títulos, acciones u obligaciones.
Esto permite sostener que en una economía donde existe la moneda el monto del
gasto, la demanda, tiene todas las probabilidades de ser inferior al valor
global de la oferta. De lo que se deduce que la ley de Say sólo se cumple en
una circunstancia excepcional y que existen otros, muchos, equilibrios posibles
con desempleo, tantos como las diferencias que puedan existir entre la oferta
global y la demanda global. Y esto forma parte del paisaje habitual de las
economías contemporáneas.
Frente a situaciones de equilibrio con desempleo,
que puede alcanzar niveles exorbitantes, por ejemplo 25 por ciento en España,
los economistas heterodoxos y ortodoxos se enfrentan sobre el diagnóstico de la
situación y sobre las medidas que pueden ser aplicadas para solucionarlos.
Para los heterodoxos el desempleo de los factores
(trabajo y capital) es la resultante de un nivel insuficiente de la demanda
efectiva. Si la oferta global no es adquirida en su totalidad, entonces los
empresarios reducirán la producción para poder vender, antes, el stock
remanente. Esto puede llevarlos a licenciar parte del personal o suspenderlo
por un período dado. Pero a la vez esta decisión provocará una subutilización
de la capacidad instalada, lo cual significa que habrá no sólo trabajadores
desocupados sino también una cantidad de capital no utilizada. Los economistas
keynesianos proponen, en consecuencia, que se practique una política económica
que permita incrementar la demanda, vía el gasto público que permitirá adquirir
el conjunto de la oferta.
Como observó Keynes en su célebre artículo “Poverty
in Plenty” (“La pobreza en la abundancia”, de 1934), “sea cual fuere el mejor
remedio contra la pobreza en la abundancia, debemos impugnar los pretendidos
remedios que consisten en rechazar la abundancia para resolver el problema”. En
efecto, de lo contrario se estaría sosteniendo que la capacidad de producción
es excesiva, se estaría patrocinando la miseria, vale decir, la reducción de la
demanda global en lugar de promocionar la abundancia. Pero esta solución es en
sí detestable no sólo para los trabajadores sino también para los propios
capitalistas, que verán dismiuir su giro de negocios.
Los ortodoxos sostienen, por el contrario, que
cuando existe desempleo de la fuerza de trabajo, una subutilización de la
capacidad instalada y una disminución de las ventas (recesión) es el resultado de
un desequilibrio en el precio de los factores. Los salarios son demasiado
elevados y las ganancias son insuficientes, o en todo caso inferiores a la tasa
de interés. Y, en efecto, cuando en la economía aparece una disminución de la
demanda, en una recesión su primera manifestación es la disminución de los
beneficios de las empresas. Estas tratarán de restablecerla disminuyendo los
costos y eventualmente el empleo, lo cual va a provocar una nueva contracción
de la economía que necesariamente va a agravar la miseria en un contexto que
podría ser de abundancia.
La solución propuesta por los economistas ortodoxos
es, entonces, reducir los salarios reales para que los empresarios se decidan a
contratar nuevos trabajadores, ya que consideran el salario de referencia
demasiado elevado. También proponen disminuir el gasto público, y
consecuentemente los impuestos. Esto último, sostienen, permitirá un incremento
del ahorro que será utilizado para aumentar la inversión creadora de nuevos
puestos de trabajo, lo cual, favorecido por la baja de los salarios, permitiría
volver a la situación de pleno empleo. Este tipo de diagnóstico y las medidas
económicas propuestas se han dado en llamar “un ajuste”, aunque sería quizá más
pertinente denominarlas una recesión programada.
Estas propuestas esquivan explicar por qué, si los
salarios y el gasto público decrecen y en consecuencia la demanda efectiva
disminuye, los empresarios contratarían nuevos trabajadores y crearían nuevos
puestos de trabajo invirtiendo sus ahorros para aumentar la producción que
luego tendrán ingentes dificultades para vender. No deja de sorprender que los
colegas que suscriben a la ortodoxia y que habitualmente se refieren a la
“confianza” para explicar la reticencia de los empresarios frente a las políticas
económicas expansivas de la demanda no adviertan que una caída de la misma
genera un clima de escepticismo y desconfianza en los productores que,
ansiosos, escrutan el nivel de las ventas. Cuando éstas se contraen, aunque los
salarios bajen, la desconfianza se instala. Frente a una recesión lo más
probable es que los empresarios no inviertan y adopten la actitud de
“desensillar hasta que aclare” –versión argentina del “wait and see”–, lo que
es adoptar una actitud expectante esperando que aparezca algún signo que pueda
ser interpretado como un cambio de coyuntura y que se vislumbre una
reactivación económica.
El rechazo de la posición teórica de los
economistas ortodoxos se funda sobre una crítica de la teoría y además por la
observación de los fracasos, no sólo en Argentina, de las políticas económicas.
Pero no se trata de rechazar estas políticas económicas porque sean injustas
sino porque son, además, ineficaces.
Si antes de la Gran Depresión de los años ‘30 la
teoría ortodoxa podía afirmar que no teníamos los instrumentos y los
conocimientos teóricos para proponer alternativas a la teoría convencional, ya
no es el caso. La idea según la cual el sistema de la “economía de mercado”
tiene la asombrosa capacidad de autorregularse y resorber los desequilibrios y
retornar automáticamente al equilibrio ya no tiene demasiada credibilidad.
Pero es necesario agregar que las medidas de
reducción del gasto público y el congelamiento de los salarios generan un
cambio en la distribución del ingreso de los sectores de ingresos bajos y
medios hacia aquellos que ganan más. Estas políticas aplicadas por el Estado en
la década de 30, pero también durante y después de la dictadura militar, habían
sido ya claramente condenadas por el general Perón cuando en el discurso de proclamación
de su candidatura, el 12 de febrero de 1946, manifestaba su rechazo frente al
“espectáculo de la miseria en medio de la abundancia que hace que millones de
seres padezcan el hambre mientras que centenares de hombres derrochan
estúpidamente su plata”
* Docteur ès Sciences Economiques. Ex consejero
regional de l’Ile de France (por el Partido Socialista) Autor del libro El
peronismo, de Perón a Kirchner, Ed. EdUNLa, mayo 2015.
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