jueves, 13 de octubre de 2016

LA CRÍTICA DE KEYNES A LA LEY DE SAY



“La oferta crea su propia demanda”               Por Rubén Telechea *

Jean-Baptiste Say fue un economista francés (1767-1832) que divulgó la obra fundacional de la economía política clásica, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776) del filósofo y economista escocés Adam Smith. Say pasará a la historia del pensamiento económico por la teorización de un principio que se revela fundamental para la posterior construcción de la economía ortodoxa o neoliberal, la “ley de los mercados” o “ley de Say”). Se la puede resumir en la siguiente sentencia: “la oferta crea su propia demanda”. Esta afirmación equivale a sostener que una venta (oferta) es sucedida indefectiblemente por una compra (demanda) o, que la oferta iguala a la demanda. Así se está ante un mundo inmejorable para los capitalistas porque la producción es efectivamente vendida. A partir de este aparente virtuosismo económico se puede extraer algunas consideraciones.
Primero, el principio de Say funciona como una garantía que imposibilita la aparición de crisis económicas porque todo bien ofertado en el mercado es vendido o consumido. Asimismo, certifica un estado de “equilibrio” económico debido a que las ventas proporcionan los ingresos para aceitar la acumulación capitalista. Entonces, si todo el volumen producido es consumido, tampoco pueden presentarse una situación de crisis o estancamiento. En definitiva, si se presentasen problemas económicos estos serán automáticamente atribuidos a “interferencias” vinculadas al intervencionismo estatal. Este rasgo explicaría las propuestas políticas de minimización y recorte de funciones del Estado.
Segundo, el desempleo no puede darse porque por definición la “ley de Say” supone que los compradores satisficieron sus deseos y que los vendedores maximizaron sus beneficios. De allí que, para la lógica ortodoxa, esta ley represente un supuesto fundamental articulando mercados libres cristalinos con pleno empleo. En este sentido, la ley no plantea la cuestión distributiva, es más, brinda un escenario donde la sociedad pareciese no tener ningún tipo de tensión entre clases porque sus relaciones están dominadas por las virtudes innatas del “mercado”.
Pero quizás la crítica al principio de Say más resonada fue la de Keynes. Sus observaciones, originadas en vistas de una profunda depresión y desempleo, marcaron un punto de inflexión en la teoría económica. Pero, si los lineamentos de la ley garantizaban la imposibilidad de crisis ¿qué falló? Según Keynes, fracasó toda la estructura teórica ortodoxa dominante de la cual la “ley de Say” era un bastión esencial. En la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936) sostiene que “sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarla a los hechos reales”. Desde esta óptica, intentó replantear la teoría ortodoxa inaugurando una nueva línea de pensamiento que se conoció como teoría de la “demanda efectiva”.
Para Keynes era evidente que todo el volumen de producción no puede ser vendido o demandado porque existen decisiones de los agentes económicos que tienden a romper la igualdad de oferta y la demanda. Sentenció que una situación de equilibrio general solo podía darse “por accidente o por designio”. En resumen, no todo el arsenal de bienes que produce la economía puede venderse provocando crisis capitalistas recurrentes.
Después de esbozar estas críticas surge una pregunta: ¿por qué sobrevive velada o explícitamente el principio de Say en los discursos de políticos, economistas y empresarios vinculados al neoliberalismo? ¿Por qué sigue vigente hasta nuestros días si empíricamente no puede sostenerse? ¿Por qué nos bombardean con las supuestas bondades del mercado libre donde, sin intromisión del Estado, oferta y demanda siempre se igualarán? Perdura porque la ortodoxia necesita imperiosamente del principio de Say para legitimar sus políticas en pos de una economía de mercado.
* Docente UNLZ y UNQ.
 Domingo, 18 de septiembre de 2016