jueves, 30 de abril de 2015

Neoliberalismo y democracia




Evolución del pensamiento económico a lo largo de la historia.


KEYNES vs F. HAYEK


Intervensionismo y Libre mercado





John Maynard Keynes y Friedrich Hayek. Los nombres evocan polos opuestos del pensamiento sobre la elaboración de la política económica: Keynes suele ponerse como ejemplo de paladín de la intervención gubernamental enérgica en los mercados, mientras que Hayek está considerado el defensor del capitalismo liberal.
Lo que realmente pensaban estos hombres -sobre la economía y uno del otro- es más complicado, como demuestra Nicholas Wapshott (Dursley, Reino Unido, 1952) en Keynes Hayek: el choque que definió la economía moderna. Este vívido relato investiga una de las preguntas económicas más acuciantes de nuestra época: ¿hasta qué punto debe el Gobierno intervenir en los mercados? Y en esa búsqueda, sigue el rastro de la relación recíproca entre los dos hombres que más responsabilidad tienen en la forma en que abordamos esa pregunta: el economista británico Keynes y el economista austriaco Hayek. Ambos llegaron a la mayoría de edad intelectual en la posguerra de la Primera Guerra Mundial. Vivieron el auge económico de los años veinte y la Gran Depresión y llegaron a opiniones radicalmente distintas sobre si es sensato permitir que el capitalismo de libre mercado siga su curso.

Keynes llegó a la conclusión de que los mercados no generarían automáticamente el pleno empleo y que durante las crisis económicas podría haber largos periodos de desempleo a gran escala. Sostenía que el Gobierno tenía el deber de aliviar el sufrimiento de los desempleados aumentado la demanda agregada de bienes y servicios.

Nicholas Wapshott, un columnista que colabora con Reuters y ex redactor jefe de The Times, reconstruye hábilmente el contexto en el que Keynes formuló su teoría. Durante los años 20, Gran Bretaña tuvo que soportar un desempleo elevado de forma persistente. Los sucesivos responsables políticos, preocupados por el aumento del gasto y la disminución de los ingresos fiscales, hicieron caso omiso de los llamamientos de Keynes en favor del gasto público, con lo que desencadenaron lo que él denominaba un “círculo vicioso”.

“No hacemos nada porque no tenemos el dinero necesario”, decía Keynes en 1930 a un comité gubernamental que investigaba las causas de la crisis económica. “Pero es precisamente porque no hacemos nada por lo que no tenemos dinero”. Con una tasa de desempleo que ahora es del 9'1%, he ido tragando saliva con preocupación a medida que leía estas páginas.

Hayek llegó a una conclusión muy diferente. Tras participar en la Primera Guerra Mundial, encontró su amada Viena “asolada y la confianza de su pueblo destruida”, escribe Wapshott. Durante la década siguiente, la hiperinflación castigó la economía austriaca e hizo desaparecer los ahorros de millones de personas. Esta experiencia, sostiene Wapshott, volvió a Hayek inflexible “con quienes defendían la inflación como cura para una economía en quiebra”. Y llegó a creer “que quienes defendían los programas de gasto público a gran escala para acabar con el desempleo estaban incitando no solo una inflación incontrolable sino también a la tiranía política”.

De ese modo, escribe el autor, quedaba trazado el frente de la batalla entre Keynes y Hayek. Pero fue un duelo caracterizado por el respeto mutuo.
 
Durante las décadas siguientes, las ideas de Hayek y sus defensores como Milton Friedman, que sostenía que la política monetaria y no la fiscal era la principal herramienta para gestionar la economía, ganaron influencia. En opinión del autor, la influencia de Hayek quedaba reflejada en el “Contrato con Estados Unidos” de 1994, la promesa republicana de reducir el tamaño del Gobierno; en las posteriores leyes de presupuesto equilibrado del presidente Bill Clinton; y en las operaciones de la Reserva Federal mientras estuvo presidida por Greenspan.

En 2007, el mercado de las hipotecas de alto riesgo empezó a desmoronarse, lo que indicaba que “el experimento de varias décadas de duración consistente en permitir que unos mercados apenas controlados generasen crecimiento y prosperidad había fracasado”. Durante los dos años siguientes se produjo un rápido regreso a las recetas keynesianas, que culminó a principios de 2009 con el programa de recuperación del presidente Obama, de 787.000 millones de dólares.