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12, Domingo, 31 de julio de 2016
La teoría de la política económica ha
elaborado en el último medio siglo los instrumentos necesarios para salir del
lodazal en el cual están empantanadas actualmente las economías. Para ello se
deben utilizar los instrumentos adecuados para obtener los resultados deseados
en aras del interés general, aunque esta opción siempre es una decisión
política que a veces disgusta a ciertas minorías, por más que no necesariamente
las desfavorezca.
La demanda
global, el PIB, que es la riqueza de un país creada en un año, es igual al
consumo, más la inversión, más el gasto público, más las exportaciones. Cada
una de estas variables puede ser regulada por los gobiernos de tal suerte que
se incremente o se disminuya la demanda global y por lo tanto la riqueza del
país. La política económica consiste en aplicar medidas a través de los instrumentos que pueden disponer los gobiernos para actuar sobre cada una de esas variables. Sin embargo todas las medidas que se pueden tomar no tienen el mismo impacto. Tomemos el caso de la demanda por consumo que representaba en Argentina, en 2015, el 62 por ciento del PIB. Esto hace que si se provoca una disminución del 1 por ciento de los hogares se producirá una caída de 0,6 por ciento del PIB. Lo mismo sucede en sentido contrario. Las medidas para incrementar el consumo son conocidas. Se puede hacer aumentando los salarios pero esto no depende (solo) de la voluntad del gobierno ya que en la mayor parte de los países el salario resulta de una negociación entre los sindicatos patronales, la UIA y los gremios. Esto no significa que el gobierno sea impotente para actuar sobre el consumo. El Estado puede incrementarlo disminuyendo los impuestos (una baja del IVA o de las tasas del impuesto a las ganancias) que aumentan la capacidad adquisitiva de las familias u otorgando subsidios y ayudas sociales que van en el mismo sentido. Puede hacer lo contrario, reducir el consumo disminuyendo los subsidios, haciendo de tal suerte que la inflación disminuya el valor real de las ayudas sociales. Puede disminuirlo igualmente cambiando la composición del gasto en consumo aumentando el precio de los combustibles o las tarifas de los servicios públicos lo cual con un salario idéntico disminuye el volumen del ingreso para la compra de otros bienes.
La segunda variable es la demanda de inversión cuyo volumen depende a la vez de la tasa de interés y del nivel de las expectativas y previsiones de los inversores en el sentido de creación de empresas que producen bienes y servicios. Pero sobre todo de la tasa de interés que si es superior al rédito esperado de dicha inversión no será realizada. Como lo han señalado públicamente tanto los economistas keynesianos como ortodoxos argentinos, con una tasa de interés que oscila entre el 30 y 38 por ciento nadie invierte puesto que nadie puede esperar una tasa de ganancia tan elevada. En efecto, en ese caso los potenciales inversores preferirán ubicar sus activos en instrumentos financieros que rendirán mucho más que una inversión en bienes para producir otros bienes. Por otra parte, si las perspectivas de la demanda global son la de una disminución de la misma la demanda de inversiones disminuirá y esto irá en contra de la evolución positiva de la creación de riqueza. En Argentina durante el primer cuatrimestre de 2016 la disminución de la inversión ha sido estimada superior al 5 por ciento, lo cual equivale a más del 1 por ciento de la demanda global. El Estado hubiera podido a través del Banco Central, del cual es dueño, bajar las tasas de interés de tal suerte que se incremente la inversión, en nuevas máquinas, talleres, edificios y nuevas fuentes de trabajo, pero no lo hizo. Agreguemos que una baja de la tasa de interés también aumenta las posibilidades de abaratar el crédito de los consumidores para la compra de bienes en cuotas. Al contrario, si se incrementa la tasa de interés para la colocación de títulos, Lebac por ejemplo, entonces los bancos van a aprovechar para disponer de sus activos y comprar este tipo de títulos en lugar de prestarlos a quienes los necesitan para invertir o para consumir. Esta situación es también el resultado de la indolencia culpable del Estado al favorecer como se observa al sector financiero en lugar de preocuparse por el interés general.
El tercer componente de la demanda global es el gasto del público para llevar adelante programas para proveer y mejorar los hospitales, las escuelas, los caminos etc. Como sabemos, el incremento del gasto público tiene un efecto multiplicador que permitió financiar la reconstrucción al fin de la última guerra en Europa y sacar a los Estados Unidos de la Gran Depresión de 1930 gracias al New Deal. La ventaja del gasto público es que puede ser financiado “ex nihilo” (expresión latina: ¨de la nada¨) por el Estado. En efecto, así como los bancos son creadores de moneda el Estado también lo es a través del Banco Central. Así por ejemplo para un gasto inicial de 100 pesos el Estado va a crear al cabo de cuatro años una riqueza total de 336,16 pesos, vale decir, 236,16 pesos netos. No es lo que hizo el gobierno actual que paralizó las obras públicas pero no mejoró la situación presupuestaria ya que disminuyó los impuestos de los terratenientes, que utilizaron dicha reducción para comprar dólares o invertirla en el sector financiero. Por otra parte, la disminución del consumo y de la inversión provocó un achicamiento de la recaudación impositiva lo cual agravó la perdida de ingresos del Estado. Esto lo obligó a recurrir al empréstito (no solo el Estado Nacional sino a las administraciones provinciales) lo cual favoreció también al sector financiero.
La otra fuente de incremento de la demanda son las exportaciones, que pueden incrementarse mediante una devaluación permitiendo un abaratamiento de los bienes exportables expresados en divisas, pero tiene la desventaja de depender de la demanda extranjera. No obstante la utilización de la tasa de cambio puede traer otro tipo de dificultades como el de favorecer ciertos sectores sociales, los terratenientes en este caso, sin crear un verdadera expansión del volumen exportado y el incremento de los ingresos ser utilizado como se señaló más arriba. Claro que la devaluación incrementa también los costos de las importaciones y es un factor inflacionario. De lo señalado se pueden sacar algunas conclusiones preliminares. La reducción del consumo, de la inversión y del gasto público, que representan el 87 por del PIB, ya produjo una caída de la riqueza nacional en 2016. Una parte significativa fue transferida al exterior. Otra parte, como hemos indicado, fue al sector financiero al cual se transfirió una parte de la caída del consumo y de la inversión.
Bruno Susani; Doctor en Ciencias Económicas Université de Paris.
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