Comercio internacional:
martes, 24 de marzo de 2020
lunes, 16 de marzo de 2020
Macroeconomía: qué es, definición, concepto.
Macroeconomía
La macroeconomía estudia el funcionamiento global
de la economía como conjunto integrado, para
así poder explicar la evolución de los agregados económicos.
Cuando hablamos de conjunto integrado, nos
referimos al estudio de las variables económicas agregadas. De ahí, que al
final de la definición, señalemos como objetivo explicar los ‘agregados
económicos’. La producción de una empresa (llamémosla ¨Empresa X¨) sería un valor
individual.
Sin embargo, el PIB sería un valor agregado (incluye
la producción de la ¨Empresa X¨ sumada a la producción total del país expresado
en su moneda).
Entre los ejemplos más destacados de variables
macroeconómicas, nos encontramos: el nivel de precios, el desempleo, la balanza
de pagos o el crecimiento económico.
¿Para qué sirve la macroeconomía?
La macroeconomía es útil porque nos
permite analizar la mejor forma de conseguir los objetivos económicos de
un país. La política
económica es la
herramienta que tienen los gobiernos para alcanzar esos objetivos.
Objetivos como, por ejemplo, conseguir la estabilidad en los precios, lograr el
crecimiento
económico,
fomentar el empleo y mantener una balanza de pagos sostenible y equilibrada.
Los datos utilizados para el análisis
macroeconómico se derivan de la observación y de la estadística. De este modo, si se quiere
analizar el comportamiento de los precios desde un punto de vista
macroeconómico, se realiza un promedio de todos los precios de los bienes y
servicios que conforman la economía de un país o región, obteniendo el nivel
general de los precios mencionados. Por otra parte, si se desea estudiar el
desempleo, se tendrán que obtener aquellas características comunes a las
distintas industrias y definir las medidas que permitirán reducir la tasa de
desempleo a lo largo del conjunto de la economía.
La macroeconomía estudia la ley de oferta y
demanda desde un
punto de vista agregado, es decir, la oferta agregada de bienes y servicios de un país
y la demanda agregada, como el consumo total de un
país.
La macroeconomía es una de las ramas en que se
divide la teoría económica. La otra es la microeconomía, que analiza el
comportamiento económico de las personas, familias y empresas.
Segmentos de la macroeconomía
Bajo este contexto, es importante identificar las
cuestiones principales de las que se ocupa la macroeconomía:
·
El crecimiento económico a largo plazo: Es decir, el ritmo al que se incrementa la
producción de bienes y servicios durante un periodo determinado. Resulta
relevante prestar atención a los factores que inciden en la velocidad con la
que asciende dicha economía. Ya que, de este modo, se podrá aumentar el nivel
de vida de la población.
·
La productividad: El crecimiento de la economía
depende en gran medida de los avances en la productividad generada por su
población activa. Además, la productividad también estará determinada por el
índice de progreso técnico en el que se encuentre.
·
Los ciclos
económicos: La
macroeconomía analiza las razones por las que la economía experimenta estos
movimientos oscilatorios alrededor de una tendencia concreta. En consecuencia,
estudia también sus repercusiones en el PIB.
·
El desempleo: La
macroeconomía también aborda situaciones en las que la tasa de paro puede
variar drásticamente de un periodo a otro dentro del mismo país. O, en línea
con esto, las medidas de política económica que pueden aplicarse para reducir
el desempleo.
·
La inflación: También se encarga de
determinar los componentes que inciden en el incremento de los precios
relativos de los bienes y servicios que se producen en un país. Es decir, de
decidir cómo se calcula la inflación y qué consecuencias tiene para la
economía. Asimismo, también estudia la deflación, que ocurre cuando los precios
se reducen de forma generalizada, ocupa el capítulo siguiente a estudiar.
·
Las cuentas públicas: El peso del sector público en las economías suele ser elevado. Por
tanto, el análisis del comportamiento del estado y su influencia sobre la
economía son decisivos. Es más, desde la perspectiva de la macroeconomía, se
presta atención especial al estudio del déficit o
superávit público y a la evolución de la deuda pública
miércoles, 4 de marzo de 2020
ARTÍCULOS ECONÓMICOS 2020
La teoría económica convencional
y quienes hoy la representan en el Estado, los funcionarios, van de fracaso
predictivo en fracaso. La cuestión es recurrente, hasta agotadora, pero no evita
que se mantengan incólumes ambos, teoría y discurso oficial.
Unos pocos ejemplos de esta
semana grafican el panorama. Apenas producido el cambio de gobierno, el
presidente del Banco Central, el siempre sonriente Federico Sturzenegger, y el
presidente del Banco Nación cuando todavía no lo era, el inefable Javier
González Fraga, explicaban desde la universalidad hegemónica de las pantallas
televisivas que los aumentos tarifarios que comenzaban a desatarse “no serían
inflacionarios, sino todo lo contrario”. Los sustentos teóricos de semejante
afirmación eran dos.
El primero es que los
consumidores estaban sujetos a una “restricción presupuestaria”, es decir el
dinero del que dispone una familia o individuo mes a mes es finito y, en
consecuencia, si aumenta la parte del gasto destinada a tarifas disminuiría
contablemente el destinado al resto de los consumos, lo que deprimiría la
demanda de los restantes bienes y, por esa vía, frenaría los aumentos de
precios. Este era el segundo y principal supuesto teórico que fundaba la
predicción, la inflación como un fenómeno de demanda.
Luego de dos años de práctica, la
inapelable realidad del mercado resultó bien diferente. Efectivamente, según lo
previsto por la restricción presupuestaria, se retrajo el consumo de todo lo
que en la canasta salarial no son tarifas. Una muestra es por ejemplo la caída
de las ventas de los supermercados hasta el punto de provocar la crisis de
algunas grandes cadenas, crisis que según la insólita interpretación de
Mauricio Macri se debería a “la competencia desleal de los supermercados
chinos”. Pero a pesar de la caída del consumo la inflación ni siquiera se
moderó. Los aumentos generalizados y sostenidos de precios siguieron
dependiendo de lo que siempre dependieron desde que la historia económica
existe: de los cambios combinados en los tres principales precios relativos de
la economía, los salarios, el dólar y las tarifas, incluidos los combustibles.
Para colmo, el gobierno dolarizó de hecho las tarifas, con lo que las
variaciones cambiarias se convirtieron casi en un mecanismo de ajuste
automático de precios y fuente de sucesivas rondas de remarcaciones.
La realidad vuelve a mostrar que
la inflación es un fenómeno primordialmente de costos. Dada la (verdadera)
teoría el gobierno sabe que si quiere estabilizar precios luego de haberle
soltado las riendas al dólar durante el verano pasado, necesita en adelante
recurrir nuevamente al “ancla cambiaria”, a contener a la divisa
estadounidense. Luego, como por algún lado hay que compensar, debe mantener
todo lo rígida posible “las meta salarial” del Banco Central.
Llegado este punto ya es posible
sintetizar algunas conclusiones. La primera es que, dado que los precios
relativos son variables distributivas, la baja inflación sostenida se presenta
en países que tienen más o menos encausada la puja distributiva. La segunda es
que las dimensiones fiscal y monetaria sólo operan en el margen y en casos
especiales o extremos. ¿Cómo explicar sino que una economía con una política
monetaria restrictiva, que reduce su déficit fiscal primario a fuerza de
recortar gastos y que, en consecuencia, deprime la demanda, se coma en sólo un
trimestre casi la mitad de su meta “inflacionaria” (salarial) para todo el año?
Es tan difícil de explicar que incluso desde el oficialismo y la prensa adicta
ya nadie se acuerda de zonceras tales como que “la emisión genera inflación” y
sólo los creyentes más fieles balbucean alguna que otra gracia sobre el
déficit.
El segundo gran malentendido que
sigue luchando contra los resultados del mercado es sobre el comportamiento de
la inversión. Según cuenta recurrentemente la prensa con fuente en quienes lo
frecuentan, Mauricio Macri estaría decepcionado por la falta de inversiones,
tanto del exterior, como de los empresarios locales. En realidad, al margen de
las sensaciones existenciales del primer mandatario, la baja inversión es un
hecho. La decepción sólo remite a que, una vez más, las predicciones de la mala
teoría no se cumplen.
El relato oficialista sostenía
que la sola existencia de un gobierno amistoso con los mercados sería
suficiente para que el mundo y los propios provoquen otro fenómeno del que
también ya nadie habla: la “lluvia de inversiones”. Bastaba con pagarle a los
buitres sin chistar para que los inversores vuelvan a confiar en la Argentina.
Cómo producido el shock de confianza, vía el oneroso pago de 15.000 millones de
dólares, las únicas inversiones que llegaron fueron las especulativas, se sacó
de la galera la idea de que la “reticencia inversora” se mantenía por el temor
al regreso amenazante de la hidra populista. De lo que se trataba, entonces,
era de que Cambiemos se imponga en las elecciones de medio término y, con ello,
despejar las dudas sobre el rumbo futuro.
Esta semana, del grupo de
gerentes de empresas españolas de primera línea que acompañaron la visita del
presidente Mariano Rajoy surgió una nueva y previsible corrida de arco. Según
dijo la prensa que dijeron, ahora se necesitarían dos cosas más, ambas para
seguir vacunándose contra el populismo: la reelección de Cambiemos en 2019 y la
construcción de “una oposición peronista racional”, es decir neoliberal. Dicho
mal y pronto, pura sarasa. En realidad no existe teoría alguna que sustente la
visión de “la confianza de los mercados”.
Resulta por lo menos llamativo
que parte del establishment ideológico de los economistas continúe
repitiéndolo. Ya en tiempos de la primera Alianza, la Radical-Frepasista, se
subordinaba el destino de la economía a los resultados que provocaría conseguir
un utópico “grado de inversión”. Si aquella vez fue farsa, ahora también.
Cuentan que esta semana Macri se sorprendió porque no había empresarios
turísticos entre los visitantes españoles. En su visión, el agro y el turismo
sintetizan el modelo de desarrollo.
Pero si los quería quizá debería
haberlos invitado directamente en vez de esperar que lo haga el mercado. Y
mejor todavía, también debería haberles preparado un plan concreto, dato que
conduce a las verdaderas causas de la inversión, que no es otra que la
rentabilidad esperada en economías con perspectivas de expansión, tanto en
Argentina, como en Noruega y Afganistán.
La emisión de papel moneda sin
respaldo es la práctica habitual de los gobiernos de todo el mundo. Sin embargo
fue considerada equivalente a “falsificar dinero” para “apropiarse de los
recursos ajenos disimuladamente sin que se note”, de acuerdo a Javier Milei.
Este economista afirmó que los
gobiernos comenzaron apropiándose de la acuñación de los metales preciosos
imponiendo nombres a la unidad monetaria: “dólares, marcos, francos y demás”;
luego “incurrió en fraude, al rebajar ocultamente el contenido de oro con una
aleación de peor calidad” llamando “seigniorage” a “los beneficios del
envilecimiento de las monedas”.
Por último, apuntó que el “podio
de los estafadores” se alcanzó con el papel moneda y los depósitos bancarios
que permitieron expandir la oferta monetaria sin respaldo en metales, dando
lugar a la inflación.
Milei comete el error inverso
lógico al tomar el hecho de que la emisión sin respaldo naciera del intento de
las monarquías europeas de estafar a los usuarios de las monedas, como prueba
de que la emisión sin respaldo es una estafa.
De la misma manera, podría negar
la existencia de América porque Colón llego a ella buscando las Indias. El
hecho de que se descubriera que el valor de las monedas es distinto del bien
físico que las representa a partir del intento monárquico de truchar la
cantidad de metal que contenían es una anécdota histórica. Lo relevante es que
los economistas comprendieron que el valor del dinero es independiente del bien
que lo representa, hecho que permitió la utilización de papel moneda,
electrónico y, más recientemente, de criptomonedas.
Si el valor del dinero estuviera
dado por su respaldo, desde que se declaró la inconvertibilidad del dólar en
oro, todas las monedas del mundo no deberían valer más que su costo de emisión
en papel.
Si eso fuera cierto, el valor de
un billete de 10 pesos no debería diferir demasiado del de 500, ni estos del de
100 dólares o euros, ya que su costo de emisión no difiere mayormente. Hecho
que prueba que el valor del dinero está determinado por factores muy diferentes
que su respaldo y que el problema de la inflación poco tiene que ver con ello.
Al respecto, Europa sufrió un
fuerte proceso inflacionario en el siglo XVI cuando existía dinero metálico. La
denominada “revolución de los precios” se produjo porque las cantidades de oro
y plata robadas a América, permitieron una expansión de la demanda de bienes
que no podía ser satisfecha por la capacidad productiva europea.
La idea de retroceder al uso de
monedas metálicas es una verdadera tontería económica, comparable con que un
médico sugiriera volver a la sangría (sangrado del paciente). “Falsificar”
teorías para socavar el monopolio estatal del emisión, haciendo lobby para
transferir el señoreaje y el poder de la regulación del dinero a las grandes
corporaciones, implica alcanzar el “podio de los estafadores” intelectuales.
Un economista sugiere al
presidente Macri que cierre el Banco Central y dolarice la economía, en un
reciente artículo publicado en la revista norteamericana Forbes.
“Argentina debería desechar el
peso y dolarizar” se titula la nota escrita por Steve Hanke, un liberal que
carga en su foja de antecedentes con haber promovido la convertibilidad en el
primer gobierno de Menem y, tras su crisis, la dolarización en el marco de la
campaña por su tercera presidencia.
Para el miembro del CATO
Institute, una usina del pensamiento neoliberal fundada en 1974 por el
multimillonario Charles Koch que consta con sucursales locales como la
fundación Libertad y progreso, los problemas de la economía argentina empezaron
en 1935 con la creación del Banco Central, institución a la que también
responsabiliza de la actual corrida cambiaria.
Las bases para acusar al Banco
Central de todos los males es un gráfico que compara el Producto por habitante
de Argentina con el de Estados Unidos desde 1875 hasta la actualidad. Vale
destacar que Argentina no cuenta con datos del PIB tan antiguos y que utiliza
una “estimación” de Angus Madison, basada en suponer un crecimiento anual entre
1870 y 1900 idéntico al estimado por la Cepal para 1900-1913, es decir, un
dibujo.
Aun así, la diferencia que
registra Estados Unidos entre 1935 y 1945 no es un problema exclusivo de
Argentina, sino que se repite con casi todas las economías del mundo, ya que
evidencia el desarrollo estadounidense en el marco de la Segunda Guerra
Mundial.
Quitando ese efecto, el gráfico
muestra que ambas economías crecieron a tasas similares hasta 1975, cuando
Argentina declina por aplicar políticas neoliberales como las promovidas por
Koch, y recién acorta la brecha en el siglo XXI cuando abandona ese rumbo tras
la crisis de la convertibilidad.
Steve Hanke acusa a la expansión
de los créditos indexados y a la acumulación de reservas, esterilizando su
impacto monetario con las Lebac, de ser fuente de la actual inflación y crisis
cambiaria.
Dos argumentos poco convincentes
para quien propone dolarizar, ya que bajo ese esquema podrían haberse producido
ambos fenómenos. Un esquema de dolarización hubiera permitido la expansión de
créditos al eliminar el riesgo sobre una desvalorización del capital, en forma
similar a los UVA.
También hubiera permitido el
financiamiento del déficit público con deuda externa, que fue la fuente de
divisas que acumuló el Banco Central cuyo efecto monetario esterilizó vía
Lebac.
La propuesta de dolarización
tampoco salvaría a la Argentina de la crisis económica en curso, ya que no
resolvería el problema externo que torna insustentable el endeudamiento. La
principal diferencia sería que ante la crisis, reduciría las herramientas que
tiene el gobierno para reactivar la producción y el empleo, y/o financiar
políticas sociales que amortigüen su impacto sobre los más humildes.
Una autolimitación que luce
totalmente injustificada ante los escasos beneficios de la propuesta de Hanke,
que podrían reducirse sustituir el ajuste vía devaluación por el ajuste vía
contracción nominal de los gastos.
La política económica neoliberal
aplicada por el gobierno de Macri ha provocado una situación de estanflación donde
coexisten un alto nivel de inflación y una mediocre evolución de la actividad
económica. Las medidas fueron tomadas para satisfacer los intereses de sectores
minoritarios, en particular los terratenientes, los accionistas de los bancos y
los concesionarios de los servicios públicos. La estanflación es una situación
bien conocida de los economistas que conduce a una masiva transferencia de
ingresos de los sectores populares hacia los más ricos.
En 1958, Alban W. Phillips, un
economista neozelandés de la London School of Economics, cuya vida real se
asemeja a una película de aventuras, publicó en la revista Economica un trabajo
de investigación muy importante que lo hizo pasar a la posteridad.
Dicho estudio consistió en medir
la evolución de los salarios en relación con la evolución del desempleo en
Inglaterra, entre 1867 y 1957. Haciendo corresponder las evoluciones
porcentuales anuales de las dos variables, en periodos fraccionados, observó,
calculó y mostró la existencia de una relación inversa entre la variación de
los salarios y el desempleo. Estableció empíricamente que cuando los salarios
se incrementaban disminuía el desempleo y viceversa, vale decir que cuando la
actividad económica aumentaba los salarios lo hacían también. La relación así
presentada es exactamente la inversa de la que describe la teoría ortodoxa o
neoliberal que sostiene que el empleo aumenta cuando disminuyen los salarios.
Algunos economistas consideramos
que esta relación empírica de Phillips es uno de los eslabones faltantes en la
teoría keynesiana. La hipótesis es la siguiente: si se incrementa la demanda
global los empresarios tratarán de satisfacerla y para esto deberán aumentar la
plantilla de trabajadores y habrá una tensión sobre los salarios. Recordemos
que en la Teoría General, Keynes criticó el mecanicismo del modelo
oferta-demanda en lo que hace al mercado de trabajo y explicó que la evolución
de la cantidad de puestos de trabajo no depende del precio del trabajo, que es
el salario, sino de la evolución de la demanda global.
Dos años después de la
publicación del artículo de Phillips, Paul Samuelson, premio Nobel de economía
en 1970, y Robert Solow, también premio Nobel en 1987, que la gran economista
inglesa Joan Robinson llamaba los “keynesianos bastardos”, publicaron en la
American Economic Review un artículo donde propusieron reinterpretar la
relación señalada por Phillips.
Sustituyeron la evolución de los
salarios utilizada por Phillips por la evolución de los precios, la inflación.
La sustitución de la variación de los salarios por la variación de los precios
era, en apariencia, casi evidente puesto que, en última instancia, los salarios
son el principal factor formador del costo de producción y por lo tanto de los
precios.
Observaron que, utilizando las
series de la economía de los Estados Unidos, por lo menos entre 1945 y 1960, se
verificaba la misma evolución inversa. Sin embargo abrieron el paraguas, en una
suerte de rara manifestación de escepticismo académico y señalaron que la
alternativa empleo-inflación podría ser solo válida en el corto plazo.
Lo que Samuelson y Solow sugerían
iba más allá de un simple cálculo econométrico puesto que insinuaban que la
tasa de inflación o el desempleo podían ser alternativamente una variable de
política económica que permitía monitorear la economía.
Era sencillo deducir de sus
cálculos que se podía bajar o aumentar la inflación incrementando o
disminuyendo la tasa de desempleo vale decir que existía una alternativa entre
la inflación y el desempleo.
Los gobiernos según esta
interpretación podrían elegir entre una baja inflación y un alto desempleo o a
la inversa un bajo nivel de desempleo y una alta inflación.
O establecer un mix aceptable, o
no.
Esta presunción es la que funda
la política económica de Macri como lo explicó el ex ministro de Hacienda Prat
Gay. “Cada sindicato sabrá dónde le aprieta el zapato y hasta qué punto puede
arriesgar salarios a cambio de empleos”. Vale decir que si se incrementa el
desempleo se deben bajar los salarios que forman los precios.
Lo peor es que el ex ministro
además afirmaba explícitamente que había un exceso de trabajadores en las
empresas y que si los gremios pedían incrementos de salarios demasiado elevados
entonces las empresas despedirían a aquellos que estaban de más.
La crisis económica en los países
industriales a partir de 1973 hizo que la curva Phillips en la versión
Samuelson-Solow nunca volviera a verificarse, aunque ello no impidió que la
polémica se prosiga aun hoy.
Conviene desde ya indicar que la
“desaparición” de la curva de Phillips versión Samuelson-Solow fue intuida
premonitoriamente por Phelps, Premio Nobel de economía en 2006, en un artículo
escrito en 1968 que sostenía “implícitamente” que Samuelson y Solow se habían
equivocado.
Phelps hacía suya la explicación
sugerida por Keynes en el capítulo V de la Teoría General según la cual los
agentes económicos toman las decisiones económicas basándose “principalmente en
la presunción de que la evolución futura de la economía será similar a lo sucedido
en el pasado”.
Phelps sostuvo que la inflación
no depende solo de la evolución de los salarios que participan en una
proporción variable en la formación del precio sino también, y en una
proporción significativa, de la inflación anterior.
Salvo que haya una razón
contundente los empresarios supondrán que la inflación seguirá siendo lo que
fue sea cual fuere la evolución del empleo global que, dicho sea de paso
ignoran al fijar los precios.
Los formadores de precios saben
que la inflación es una creación virtual de riqueza pero detestan y temen la
deflación que es una destrucción de la riqueza real. Esto se debe a que el
cálculo del precio se basa en el valor real de los insumos y la baja del precio
esperado se traduce en una pérdida neta de capital.
Las llamadas “crisis del petróleo
en 1973 y en 1981” produjeron dos evoluciones simultáneas que la teoría
económica ortodoxa consideraba imposibles a saber, la coexistencia de una
fuerte inflación y a la vez de una caída de la producción, ya que en el modelo
oferta-demanda un aumento de los precios solo es explicable por una disminución
de las cantidades, e inversamente. Sin embargo la inflación provocada por el
incremento del precio de la energía produjo una recesión debido al cambio de
los precios relativos. El encarecimiento de la energía provocó una disminución
del ingreso remanente para la compra de otros bienes y disminuyó la demanda
global, sin contar que en gran parte la energía, el petróleo, era un insumo
importado y que las importaciones se restan en el cálculo de PIB. Lo peor de
todo para la ortodoxia fue que el contra shock petrolero de 1986, cuando el oro
negro disminuyó de nuevo a 10 dólares el barril, no produjo una reactivación
económica ni una disminución de los precios.
No obstante, el incremento del
precio del petróleo en el periodo indicado dio una oportunidad a los gobiernos
conservadores de los países industriales para justificar ante la opinión
pública la aplicación de una política de “austeridad para luchar contra la
inflación” que se basaba en lo que aconseja la Vulgata ortodoxa y… lo que
reclamaban sus amigos. Reagan y Thatcher impusieron incrementos masivos de la
tasa de interés, provocaron una baja brutal de la demanda global en particular
de la inversión lo cual produjo un aumento del desempleo sin que por ello
disminuyera la inflación.
Ese período se dio en llamar la
estanflación, vale decir el estancamiento con inflación. Una explicación
bondadosa es que los economistas ortodoxos se “equivocaron” porque presumían, o
probablemente fingían suponer, que la llamada curva de Phillips tenía una débil
inclinación vertical, que hacía que un pequeño incremento de la tasa de
desempleo, en el eje horizontal tendría un impacto muy importante para bajar la
tasa de inflación en el eje vertical.
En la Argentina actualmente
sucede algo similar: la estanflación. En 2016, la política económica impuso una
devaluación brutal de la valor del peso, 63 por ciento, una disminución del
gasto público, un incremento de la tasa de interés que se volvió campeona del
mundo (38 por ciento). Contrariamente a lo pregonado por los economistas
ortodoxos que dirigen la economía del país se produjo una inflación muy
importante que llegó, en junio 2016, según el actual Presidente del BCRA, al 42
por ciento. El resultado de las medidas económicas fue una caída el PIB del 2,7
por ciento, lo cual ha hecho que actualmente el PIB per capita en Argentina sea
inferior al de 2011.
No obstante según Sturzenegger en
su conferencia en Bank Magazine, en diciembre pasado, esa política económica es
un éxito: “Durante todo este año (2017), comenzando en marzo, iniciamos una
fase contractiva, donde se restringieron las condiciones de liquidez y
monetarias casi de manera permanente. Esta es una medicina que hay que dejar
que surta su efecto en el tiempo”. Y unas líneas después sostenía que “Hay que
mirar mes a mes la inflación núcleo interanual, donde ya se percibe un proceso
sostenido de desinflación, lo que se vivió durante todo 2017 y continuará
profundizándose en 2018”.
Más allá del hecho de que en la
economía no sucedió lo que afirma Sturzenegger ya que el propio Indec desmiente
lo dicho, lo evidente es que la política económica no solo es errónea sino que
parece anticuada. El banquero central hubiera podido exponer este tipo de explicaciones
hace 40 años y de hecho en esa época Martínez de Hoz decía algo similar.
En ese momento se hubiera
considerado que repetía lo que escuchaba en los USA y lo presentado hubiera
sido considerado como una innovación teórica que los economistas ortodoxos
fingían descubrir. Sin embargo ya no es el caso porque la política económica
monetarista fracasó en el mundo entero.
Aunque Sturzenegger considere que
la economía puede dirigirse desde un despacho en el BCRA manipulando la tasa de
interés, la realidad ya lo ha desmentido.
La tasa de interés al 27,25 por
ciento solo aprovecha a los especuladores y los accionistas de los bancos a
través de las LEBAC, pero genera como fue el caso en los países industriales,
hace 30 años, la estanflación.
John Kenneth Galbraith, había
señalado en su crítica al monetarismo que la utilización de la tasa de interés
para dirigir la economía era un fracaso y exponía la razón con una simplicidad
deslumbrante.
Cuando se incrementa la tasa de
interés se provoca una recesión económica pero es improbable que la baja de la
tasa de interés permita reactivarla. En efecto, se puede atraer una piedra
atada a una soga tirando de esta pero es imposible alejarla con la misma soga.
Recientemente se ha vuelto a
escuchar, en el marco de la inestabilidad financiera y cambiaria del país, la
propuesta de dolarización o, como medida compensatoria, la creación de una caja
de conversión. Estas ideas no son absolutamente nuevas, ya que fueron puestas
en debate en anteriores campañas presidenciales. A su vez, han surgido
experiencias de este tipo en países como Ecuador, El Salvador y Panamá. La
Cátedra Abierta Plan Fénix se siente obligada a alertar a la ciudadanía sobre
el riesgo de aplicar en el país uno u otro proyecto, dado que ello nos
conduciría en forma irreversible a la pérdida de nuestra soberanía y a
consolidar un modelo dependiente con altos niveles de pobreza y una
distribución inequitativa de los ingresos.
Convertibilidad
La experiencia de la
Convertibilidad, el antecedente más próximo, es más que aleccionadora. Más allá
de su catastrófico desenlace, este régimen fue desastroso aun durante su
vigencia: estabilizó los precios, pero no logró un crecimiento sostenible y
estable, no indujo entrada de capitales, pese a la elevada tasa de interés que
rigió, y los niveles de inversión fueron bajos; además, conllevó una
sobrevaluación cambiaria, con el consiguiente déficit en cuenta corriente, que
en definitiva fue lo que detonó su liquidación. Argumentos similares valen para
la dolarización.
Estamos en un punto de crisis que
consideramos provocado por este Gobierno y lo que nos tenemos que preguntar es
cuál será el último escalón para descender dentro de los círculos del infierno.
Alguna vez ya paramos en la Convertibilidad, que hoy sería como el limbo desde
el cual solo quedaría descender, como en el del Dante, al círculo del
Infierno de la dolarización.
A favor
Según diversas contribuciones, la
dolarización conlleva ventajas y desventajas. Entre las primeras se mencionan
las siguientes:
- Evita las crisis monetarias y de balanza de pagos. Sin moneda nacional no hay posibilidad de una depreciación fuerte ni de salidas súbitas de capital motivadas por el temor a una devaluación.
- Permite una integración más estrecha con las economías mundial y estadounidense gracias a que los costos de transacción son más bajos y a que se asegura la estabilidad de los precios en dólares de Estados Unidos.
- Al rechazar la posibilidad de un financiamiento inflacionario, los países tienen la oportunidad también de reforzar sus instituciones financieras y de crear condiciones favorables a la inversión, nacional y extranjera.
Estos argumentos son de
fundamento dudoso, y apelan esencialmente a una suerte de magia monetarista.
En
contra
Las desventajas que se señalan
son las siguientes:
- El país que dolarice su economía cederá toda posibilidad de tener una política monetaria y cambiaria autónoma, comprendido el recurso al crédito del Banco Central para facilitar liquidez al sistema bancario en situaciones de dificultad.
- Ante la eventualidad de shocks externos, la economía queda en posición muy vulnerable, y expuesta a los avatares de los mercados de capitales.
- Desde el punto de vista económico, el derecho a emitir la moneda del país otorga al gobierno ingresos de señoreaje, que aparecen como utilidades del Banco Central y que se transfieren al gobierno. Ese ingreso lo pierden los países que dolaricen y lo recibirá Estados Unidos, a menos que consintiera en compartirlo.
- Los agravantes de todo este esquema no son solamente los efectos nocivos de su implementación, sino que la renuncia a la moneda nacional es prácticamente irreversible.
- Por último, la implementación de una dolarización requiere fijar un tipo de cambio de referencia para convertir la moneda nacional en dólares. Normalmente esto implica una sustancial devaluación de la moneda nacional, con su consecuente transferencia de ingresos como resultado del salto inflacionario y el congelamiento salarial. En síntesis, pierden los trabajadores, gana el sector financiero y quedan en situación más frágil los sectores productores de bienes.
Experiencias
Desde hace algunos años, se han
implementado varios regímenes de tipo de cambio fijo de facto, muchos de los
cuales implicaron la dolarización de sus economías. Los casos más cercanos para
el análisis latinoamericano son Ecuador, Panamá y El Salvador.
La experiencia de Panamá resulta
muy particular, porque ese país depende centralmente del Canal Interoceánico,
lo que ha derivado en el desarrollo de zonas de libre comercio y servicios
financieros diversos. Por lo tanto, su dolarización opera como apéndice de la
economía de Estados Unidos y el funcionamiento de su economía desde 1904.
El caso de El Salvador también
muestra algunos de los problemas de la dolarización. Su economía, desde que se
implementó este sistema, pagó con bajas tasas de crecimiento y, al contrario de
lo esperado, la reducción del costo de financiamiento (tasas de interés), no
generó aumentos en la inversión. De este modo, con una baja demanda agregada
(insuficiencia de consumo e inversión), los ingresos públicos también se vieron
resentidos y por ende, la dolarización no permitió que mejoraran las cuentas
fiscales. En este país aumentó el endeudamiento de los hogares (por la baja salarial)
y empeoró la balanza comercial (por encarecimiento de exportaciones y
abaratamiento de importaciones). El Salvador creció menos en el siglo XXI que
sus vecinos de América Central (2,5 por ciento versus 4/5 por ciento en
promedio anual) y no revirtió su desigualdad distributiva.
El modelo de Ecuador también
ofrece lecciones importantes sobre su funcionamiento. En primer lugar, para
implementar la dolarización se hizo un ajuste cambiario de 200 por ciento, lo
que redujo a menos del 50 por ciento tanto los salarios como los depósitos del
público. Se trató de una redistribución sumamente regresiva del ingreso que
afectó a los sectores populares y ahorristas. A su vez, su “éxito” en materia
de política monetaria fue muy relativo: la tasa real de interés no disminuyó
significativamente y la inflación fue de 91,7 por ciento en su primer año de
implementación y de 33,0 por ciento en el segundo, con los consecuentes efectos
perversos sobre los asalariados.
Ecuador creció menos que países
como Argentina en el período 2002–2015 y, aun bajo la administración heterodoxa
de Rafael Correa, no pudo abandonar la dolarización, demostrando que el camino
es prácticamente de no retorno.
Consecuencias
El mecanismo de reducción de la
volatilidad para emprender la dolarización trae aparejado: 1. la reducción de
salarios nominales y 2. la reducción de impuestos al trabajo. Esto representa
un tema sensible porque, en los hechos, implica una devaluación de la moneda
con su evidente impacto inflacionario y la caída del salario real. Para
completar el ajuste estructural, se requeriría un mecanismo de supervisión
financiera (al no haber prestamista de última instancia, se “compraría” la
confianza de los bancos internacionales más importantes para que regulen los
encajes), una fuerte caída del gasto público para obtener superávit fiscal y
una reforma laboral precarizadora, que destruya la tradición sindical
argentina.
Esto supone que la inflación solo
caerá después de destruir el poder de compra del salario. Las supuestas
ventajas, como se vieron, resultan como mínimo dudosas (en Ecuador y El
Salvador no cayeron las tasas de interés ni aumentó la inversión), pero se
estaría reordenando el cuadro social del país con salarios de la India y
ganancias en dólares. El sistema solo sería viable con bajos salarios y un
Estado de dimensiones menores.
La solución técnica para llevar
adelante la dolarización requiere, entonces, convertir la base monetaria al
tipo de cambio que determinan las reservas del BCRA. Esto supone tomar por un
lado todas las variables monetarias, es decir, la moneda circulante, las Lebac,
los cheques, las cuentas corrientes y cajas de ahorro en pesos, los Cedin y
demás instrumentos emitidos por el Banco Central lo que arrojaría un tasa de
cambio que sería superior a la tasa del momento de la pre dolarización.
Una vez hecho ello, los salarios,
congelados, perderían sistemáticamente poder de compra mientras los bienes
importados crecerían por efectos de la devaluación. Allí, es improbable una
inflación como la que tuvo Ecuador el año que dolarizó (casi 100 por ciento),
pero podría moverse significativamente más rápido de lo que lo ha hecho hasta
ahora. Después restaría convertir los depósitos a la denominación que tengan en
dólares, asestando un golpe a los ahorristas. La ortodoxia supone que con esto
regresarían fondos dolarizados no declarados o fugados, pero lo cierto es que
la conducta de la burguesía argentina tiende a exteriorizar sus ganancias, no a
reinvertirlas, especialmente en un cuadro de recesión como el vigente.
Cementerio
Desde determinados enfoques
teóricos se sostiene que la globalización conduce a la concentración económica
y a la especialización en exportaciones primarias, con la progresiva
desaparición del poder de policía del Estado–Nación. La dolarización sería el
broche de oro de este proceso, ya que consolidaría la integración simbólica
final como apéndice periférico del capitalismo transnacional. Y además,
ingresar a la dolarización, como al cementerio, sería fácil; lo imposible sería
salir.
De por sí, la dolarización no
resuelve nuestros problemas estructurales, como el déficit fiscal consolidado
ni el déficit del sector externo (tanto de bienes como de servicios reales o
financieros) ni el problema fundamental de la inversión productiva, con lo cual,
tampoco aporta al crecimiento y al empleo.
La dolarización, en suma,
comportaría la renuncia a cualquier proyecto de desarrollo autónomo e
inclusivo, quedando la economía argentina expuesta a los vaivenes de los
mercados internacionales, tanto de bienes como financieros, sin virtualmente
protección alguna. Nuestra experiencia del régimen de la Convertibilidad
debería ser suficiente para aleccionarnos a no adoptar esta vía.
* Cátedra Abierta Plan Fénix,
Facultad de Ciencias Económicas, UBA.
Keynes.
La paradoja del ahorro. Gasto público. PBI.
Entre los aportes de Keynes a la
teoría económica se encuentra una reflexión que se llama “la paradoja del
ahorro”, que enunció de la manera siguiente: si en una situación de recesión
las empresas, las familias y el Estado tratan de aumentar la frugalidad, por
precaución porque temen que su situación económica se degrade en el futuro,
entonces la demanda global disminuirá, lo que acentuará la contracción del
Producto. Frente a la caída de la demanda, la oferta se adaptará a la nueva
situación y disminuirá a su vez, de tal suerte que el ahorro global será
idéntico al nivel anterior, pero con una producción y un consumo
inferior. En 2009, cuando arreciaba la Gran Recesión, dos economistas del
FMI, Evan C. Tanner y Yasser Abdih, trataron, de una manera un tanto burda, de
refutar a Keynes afirmando que frente al incremento de fondos disponibles –el
ahorro de las familias– las empresas lo invertirían, lo cual quería decir que
no había ninguna paradoja. Se olvidaban que las empresas no invierten porque
hay fondos disponibles, que siempre existen (para eso están los bancos), sino
que lo hacen cuando se despejan sus incertidumbres y anticipan un incremento de
la demanda que les permitirá vender lo que se aprestan a producir.
En esta paradoja, la acción del
Estado es la única que no está sometida a la incertidumbre, puesto que el
gobierno decide del nivel del gasto en función de su programa político. Keynes
se refería a la frugalidad del gasto público activo, es decir a la tentación de
aplicar una política de austeridad. En efecto, habitualmente una parte del
gasto del Estado se compone de los salarios de los maestros, de los policías,
de los bomberos, de las enfermeras, en las jubilaciones, en las ayudas
sociales, el gasto en salud que incluye el pago de médicos y enfermeras, la
inversión pública. Este forma parte del ingreso de los argentinos, utilizado
para cubrir sus necesidades comprando bienes y servicios provistos por las
empresas, sean estas públicas o privadas, y forma parte del circuito
económico.
La otra parte del gasto del
Estado son los reembolsos de la deuda pública en manos de inversores
extranjeros y el servicio de la deuda; vale decir los intereses pagados a los
bancos extranjeros de tal suerte que una parte de los impuestos que pagan los
ciudadanos son remitidos al exterior y no reintegra el circuito económico
interno. De hecho, esta parte constituye una disminución neta de la demanda
global, a la que se refería Keynes.
El llamado “déficit primario”, es
la diferencia entre los impuestos recaudados o la deuda pública y los gastos
realizados en el país, y tiene un impacto positivo en la economía ya que
incrementa la demanda agregada. Esto explica entonces que la idea del “déficit
primario cero” traerá una disminución de la demanda agregada y es, por lo
tanto, una idea desacertada, ya que agiganta la recesión.
Por otro lado, la disminución del
gasto público tiene también un impacto negativo vía el multiplicador. Hasta
hace unos años, cuando estalló la crisis griega, se suponía que el impacto de
la austeridad en el gasto público provocaba solamente una caída de la demanda y
que el efecto multiplicador, negativo, era poco significativo. Pero los nuevos
cálculos que realizó el FMI luego del fiasco en Grecia y la magnitud de la
crisis, mostraron que no era así. El impacto de la disminución del gasto
público activo depende del valor del multiplicador. Si el multiplicador es 0,5,
como se creía o lo indicaba la propaganda de los medios, esto significa que una
disminución de 10 pesos del gasto público producirá una disminución de 50
centavos del PIB. Pero los cálculos indican que en las economías como la
Argentina el multiplicador es mayor a 1 y más bien igual a 2 (en los dos
primeros años), y esto es así porque la tasa de ahorro es baja (17 por ciento
en 2017, según el Indec).
Esto significa que para una
disminución del gasto público de 10 pesos, la caída del PIB es de 20 pesos. Se
deduce entonces que si se decide llevar el déficit primario a cero, la
disminución del gasto público será de 1,5 o 1,8 por ciento del PIB que, según
los datos del Ministerio de Hacienda, será el déficit de 2018. Esto llevaría a
una recesión del orden del 3 por ciento del PIB, lo cual es enorme. En periodos
de recesión la disminución del gasto público no constituye una buena política
económica.
En las últimas páginas de la
Teoría General, John M. Keynes, manifestó su esperanza que “si las naciones pudieran
aprender a mantener el pleno empleo a través de una política económica interna
adecuada...el comercio internacional dejaría de ser la solución desesperada de
un país para impulsar el empleo estimulando sus exportaciones”. Keynes estimaba
que Inglaterra, la mayor potencia económica mundial en esa época, ya no podía
buscar llegar al pleno empleo a través de las exportaciones, incluso cuando
estas eran estimuladas a través del chantaje como fue el pacto Roca–
Runciman.
Sabiendo que la suma de las exportaciones
de todos los países del mundo es igual a las importaciones mundiales, la
problemática no es de política económica sino que proviene de esa igualad. Para
que algunos países como China o Alemania tengan un superávit en sus balanzas
comerciales es necesario que otros tengan un déficit. Esto hace que solo los
países que tienen excedentes se enriquecen con el comercio exterior y que los
otros se empobrecen. En cada país, en el cálculo del PIB, las exportaciones se
suman, ya que son una creación de riqueza, mientras que las importaciones se
restan porque son un pago que se realiza a las otras economías.
Pero, si un país desea disminuir
su déficit comercial, vale decir vender más y comprar menos, aplicará una
política económica para disminuir los salarios, para que sus exportaciones sean
más baratas, “competitivas” dicen los ortodoxos, e importe menos debido a la
disminución del poder de compra de la población. Si la mayor parte de los
países aplican políticas económicas de ese estilo, de austeridad, para mejorar
su posición competitiva entonces contrariamente a lo que sostiene la teoría de
las ventajas comparativas de David Ricardo, que fundamenta el librecambio que
sostiene la OMC, el comercio exterior provocará un empobrecimiento de cada uno
de los países y de sus trabajadores y en este caso el comercio exterior deja de
ser una ventaja para devenir una dificultad.
Durante el periodo 1995–2008, el
comercio internacional se incrementó debido a la aceleración de los
intercambios en el seno de la Unión Europea, que se agrandó de 15 a 25 países
en 2004, y al ingreso de China en el comercio mundial, y esto fue acompañado por
una disminución de las protecciones arancelarias de la mayoría de los países.
Desde el 2008 la Gran Recesión marcó un punto de inflexión de esta tendencia,
ya que la disminución de la actividad económica incrementó el desempleo, lo
cual contrajo el poder de compra de los trabajadores en casi todos los países
y, por ende, disminuyó los precios de los bienes así como las cantidades
intercambiadas.
Nadie discute hoy el retroceso de
la globalización. Estas evoluciones condujeron a restablecer parte de las
regulaciones macroeconómicas y aplicar un alza de los aranceles, lo cual hizo
que la doctrina que sostiene que las exportaciones tienen un efecto de arrastre
en el crecimiento del PIB ha comenzado a ser puesta en duda. La mayor parte de
los países, los Estados Unidos de Trump, la Unión Europea y China limitan el
grado de apertura de sus respectivas economías, porque, progresivamente, cada
país cierra a los otros la posibilidad de ser el pasajero clandestino de la
economía mundial. Pero hay otra razón y es que en la mayoría de los países,
como hemos señalado, las exportaciones ya no empujan el crecimiento. En 2017,
en Argentina, se necesitaba incrementar las exportaciones 8 por ciento para
obtener un incremento del 1 por ciento del PIB.
Apertura
Este contexto permite analizar la
dificultad de la política económica llevada adelante por Macri de apertura del
mercado interno a las importaciones y la búsqueda, hasta ahora infructuosa, de
incrementar las exportaciones. La disminución de los aranceles las importaciones
que compiten con la producción interna provocan un triple efecto negativo, ya
que disminuyen la cantidad de puestos de trabajo disponibles, requieren de
divisas para pagarlas y se restan en el cálculo del PIB.
Las consecuencias fueron un incremento
desmesurado del déficit de la balanza de pagos y la necesidad de recurrir a
préstamos del exterior para cubrirlo. En Argentina, es una constante que los
conservadores contraigan deudas que luego deben pagar los gobiernos populares.
Juan Domingo Perón, el 9 de julio de 1948 en Tucumán, proclamó la Independencia
Económica y terminó de pagar, en 1952, toda la deuda contraída por los
gobiernos conservadores anteriores, desde el saldo del empréstito de
Rivadavia.
Macri alardeó que la Argentina
sería el “supermercado del mundo”. Pero no fue así, la apertura unilateral no
permitió incrementar las ventas y sí hubo una avalancha de importaciones. Aldo
Ferrer, constatando la experiencia nefasta del endeudamiento durante los
gobiernos post-peronistas y la dictadura y que también continuó después de
1983, había advertido: hay que “vivir con lo nuestro”, impronta muy similar al
ansia expresada por Keynes citada más arriba. Como me lo decía conversando
cuando era embajador, aquí en Paris, no se trata de buscar una autarquía
económica, lo que le reprochaban malévolamente los ortodoxos. De lo que se
trata es dónde y cómo gastar lo poco que se tiene. Es poco porque la producción
agrícola es insuficiente y relativamente inelástica a los precios ya que, como
hemos visto en los últimos años, las mayores ganancias obtenidas por la
eliminación de las retenciones y las devaluaciones no han impulsado la
producción. Este poco hay que gastarlo bien: en capital e insumos para producir
bienes y servicios e impedir consumos suntuarios y superfluos.
Al contrario, suprimir los
aranceles que favorecen la penetración de importaciones de bienes que se
producen en el país, como lo hace Macri, malgastando los escasos recursos que
proveen las exportaciones, lleva a déficits innecesarios de la balanza
comercial, que provocan el endeudamiento que luego obliga a que se gasten
elevados montos en pagos de intereses de préstamos, como el del FMI. .
8) CASH 28/04/2019 Por Bruno Susani Adam Smith. Comercio exterior, apertura
importadora, proteccionismo y desarrollo desigual, Multilateralismo y recesión
económica
El multilateralismo económico es
la doctrina de la Organización Mundial del Comercio (OMC), FMI y Banco Mundial.
Se inspira en la teoría del comercio internacional de Adam Smith llamada de las
“ventajas absolutas”, que un país tiene en la producción de un bien si puede
producirlo a un costo inferior que al de los otros países. La teoría rechaza
que se impongan a las importaciones barreras arancelarias, cuotas,
restricciones sanitarias, técnicas. Los economistas ortodoxos apoyan esta
doctrina ya que facilita la dominación económica de las potencias. Entre
el ingreso de China a la OMC en noviembre del 2001 y la crisis mundial de 2008,
los economistas ortodoxos sostuvieron que el crecimiento económico mundial era
la consecuencia de la expansión del comercio internacional y promovieron la
liberalización de los intercambios en provecho de algunas potencias hasta esa
fatídica crisis.
Teoría
La base de la teoría se encuentra
en el primer capítulo del Libro I de obra de Adam Smith Origen de la Riqueza de
las Naciones, publicado en 1776, donde describe la paradigmática fábrica de
alfileres en la cual cada operario se especializa en una etapa de su
producción. Esta permite incrementar la productividad física y, por lo tanto,
la riqueza creada por hora trabajada. Smith extendió este concepto de la
división del trabajo al conjunto de la economía: el zapatero hace solo zapatos,
el panadero solo hace pan, el cervecero cerveza porque cada uno de ellos es más
eficaz en su oficio específico.
Aplicó la misma idea al comercio
internacional, ya que la especialización en la producción de un bien o grupo de
bienes en el cual un país tiene el costo más bajo supone una productividad
superior de los factores de producción, el trabajo y el capital. Y afirmó, a
partir de esa definición, que “nunca debemos tratar de fabricar aquí lo que
costaría menos comprar afuera”.
La versión contemporánea de los
neoliberales es “si se impone un impuesto a la importación de un producto se
perjudica al consumidor que lo paga más caro”, y como todos somos consumidores
entonces el proteccionismo perjudica a todos. Una simplificación abusiva, ya
que a los colegas ortodoxos se les olvida que en la teoría de Smith no hay ni oferta
ni demanda, que los precios se miden en tiempo de trabajo incorporado al
producto y que el salario que remunera dicho trabajo es de subsistencia, vale
decir alcanza justo para no morirse de hambre. Smith tuvo que admitir, en el
Libro IV, que la importación de un bien destruía el capital y el empleo
utilizado para fabricarlo, como es el caso de la industria textil en
Argentina.
Miguel Braun, secretario de
Política Económica de Macri, refiriéndose a la avalancha de bienes de consumo
importados provocada por la eliminación de los aranceles, había señalado que
“cada productor verá cómo se adecúa a la nueva situación (creada por el
gobierno)”. Smith, más compasivo, había sugerido que el capital en cuestión
sería afectado a otros usos por la “mano invisible”.
Fábula
En los intercambios en una aldea
inglesa del siglo XVIII el cervecero, el panadero, zapatero conviven en un
mismo espacio económico que tiene una dotación de factores específica: los
capitalistas pagan los mismos salarios y la misma tasa de interés, y los
habitantes pagan los mismos impuestos. Suponer que pasa lo mismo con todos los
países constituye una falacia de composición.
Smith inventó su doctrina del
comercio exterior para justificar una política que favoreciera a Inglaterra, lo
cual es comprensible ya que solo los “vendepatria”, como los llamaba Evita,
inventan teorías para beneficiarse personalmente aunque perjudiquen a su país.
Smith era un industrialista y había observado, en su muy largo y comentado
viaje a través de Francia, que el nivel vida del pueblo inglés era muy bajo
porque el costo de los alimentos era demasiado elevado.
Su propuesta era de abaratar los
precios de los alimentos importándolos en detrimento de los rentistas nobles
propietarios de la tierra que los producían a un precio demasiado elevado
debido a la escasa productividad de la agricultura inglesa. En aquella época,
el 80 por ciento de los ingresos de los trabajadores se gastaban en alimentos y
el resto en algunos andrajos y en leña para calentar la vivienda. Contemporáneamente
la apertura de las economías europeas, estadounidense a las exportaciones
chinas ha tenido el mismo objetivo; vale decir, reducir el costo real de
salario a través de una baja de los precios e incrementar la tasa de ganancia
global de los capitalistas de las economías importadoras.
Smith combatía el mercantilismo
que buscaba maximizar el excedente del comercio exterior para lo cual se
imponían restricciones a las importaciones y se promovía el desarrollo de las
industrias y las exportaciones para obtener la mayor cantidad de oro (hoy
dólares), crear empleos y limitar las compras en el exterior lo que significa
importar desempleo. Esto no ha cambiado mucho ahora, como puede observarse en
las complicadas negociaciones entre las potencias sobre los aranceles y las
nuevas reglas y condiciones del comercio exterior y las supuestas guerras
comerciales. Es por eso que la política de Macri de eliminación de los
aranceles a las importaciones dejando el país a la merced del vandalismo de las
importaciones subsidiadas crea perplejidad y no deja de sorprender.
Incompleta
La teoría de las ventajas
absolutas supone, sin demostrarlo, que en un mundo de todos contra todos
aparecerá una solución que satisfaga por lo menos a la mayoría. Pero nada
indica que de existir, ésta sea la solución posible y perenne.
Smith no prestó mucha atención al
hecho de que las importaciones suponen poder exportar para pagarlas. Pensaba
que las “Compañías de comercio de las Indias” asociadas al Estado (al rey), que
pirateaban en los “mares del Sur” o vendían baratijas varias, procurarían los
metales preciosos necesarios (“las divisas”) para pagar las importaciones. Pero
esto tardó muchos años e impuso que Inglaterra dominara el mundo para imponer
sus exigencias.
La apertura del comercio exterior
como modelo supone saber de antemano como se pagarán las importaciones;
pregunta a la cual, desde 1930, los librecambistas argentinos no saben
contestar.
Otra problemática que Smith no
vislumbró es saber de dónde surgiría la demanda de los bienes que se
producirían gracias a la disminución de los costos de los salarios. Como los
otros economistas clásicos, suponía que preexistía ya que descontaba que los
funcionarios del rey, militares, abogados, terratenientes, miembros de la corte
y del clero, capitalistas y profesores de ética y moral como él, podían
comprarlos porque eran personas que poseían un ingreso independientemente de su
rol en la producción. Pero en las economías contemporáneas la posibilidad de
que los capitalistas vendan los bienes que producen esta ligada a la percepción
de un ingreso por parte de los compradores en el mismo espacio económico; vale
decir, que la mayor parte de la población y los trabajadores consumen y compran
lo que producen porque perciben un ingreso en pago de su trabajo y cuanto más
ganan más consumen.
El tercer problema es que en su
época su “mundo” se reducía a un puñado de países con diversas situaciones específicas,
pero hoy, no sólo como lo señaló oportunamente Samuelson, ciertas “economías
mundo” poseen ventajas absolutas en casi todos los sectores productivos, sino
que innumerables países no poseen ninguna ventaja absoluta, lo cual hace
irrisorio suponer que alguno de ellos pueda especializarse en un producto en
particular.
Los países medianos solo poseen
escasos sectores con ventajas absolutas y los volúmenes de las exportaciones
son insuficientes para satisfacer el pago de las importaciones y fundar una
estrategia de crecimiento económico a largo plazo, sin contar que la velocidad
del cambio tecnológico hace que caduquen rápidamente las certidumbres que se
puedan manejarse a este respecto.
Si bien Smith percibió que las
importaciones destruirán una parte del empleo y del acervo de capital, limitó
esta situación a la agricultura y a la destrucción de la renta agraria
parasitaria que incrementaba indebidamente los precios de los alimentos. Pero
si un país levanta las barreras aduaneras en el sector de los servicios y la
industria, que en Argentina representan mas del 90 por ciento del PIB, verá,
por un lado, su economía invadida de importaciones, cuyo monto no podrá pagar,
y, por otro, éstas destruirán, como ya lo percibía Smith, las fuentes de
creación de riqueza en dicho país ya que pocas producciones de bienes
subsistirán.
El mundo contemporáneo no es una
aldea inglesa del siglo XVIII, sino que está compuesto de Estados modernos que
pueden organizar la producción de bienes, subvencionarlos, eximirlos de
impuestos, subvaluar la moneda para favorecer las exportaciones y limitar las
importaciones, imponer aranceles financieros o establecer cuotas de productos o
barreras sanitarias.
La apertura indiscriminada
provoca un progresivo empobrecimiento del espacio económico que lo practica.
El 14 de enero de 1931 John
Maynard Keynes, advirtiendo que la crisis golpeaba al corazón de la
economía británica, lanzó un angustiante llamado a las amas de casa en un mensaje
radiofónico en la BBC: “Salgan de compras, vayan a los negocios y adquieran
esos admirables saldos. No solo harán una estupenda y útil compra para sus
hogares sino que además tendrán la alegría de contribuir a crear y mantener los
empleos de los obreros textiles del Lancashire, Belfast. Muchas personas de
este país piensan hoy que, ellos y sus vecinos, pueden mejorar la situación
económica ahorrando más de lo que lo hacen habitualmente pero si cada uno de
nosotros dejamos de gastar y ahorramos todos nuestros ingresos entonces todos
no quedaríamos sin trabajo… y sin ingresos”.
Este mensaje es decisivo ya que
Keynes expone por primera vez la paradoja del ahorro, a la vez que postula la
relación entre la demanda y el empleo, que desarrollará en La Teoría General, y
que constituirá la base de la revolución en la teoría económica más importante
del siglo XX. La crisis es la consecuencia de la caída de la demanda global lo
cual provoca la recesión la que a su vez agrava la pobreza.
No podemos hoy inspirarnos del
maestro y pedir a los argentinos que gasten más, no sólo porque Macri los ha
empobrecido, sino porque si las amas de casa aumentaran sus compras de textiles
no serían los trabajadores de San Martín, Floresta, Villa Lugano que
mantendrían sus empleos; serían los de Dacca y Shangai. La eliminación de los
aranceles a las importaciones hace que el destino del país se decida afuera.
La pobreza que padecen las
mayorías populares es el resultado de la disminución de la demanda agregada
dirigida a las empresas argentinas, lo cual provoca recesión, desempleo y
miseria: es el círculo vicioso de la crisis.
Las cifras publicadas por el
Indec y por los paneles de consumidores suministradas por las encuestas
privadas señalan una brutal caída de la demanda. Sus tres principales
componentes el consumo privado, la inversión y el gasto público registran una
tendencia a la baja de una magnitud que no se observaba desde la crisis del
2001.
La principal componente de la
demanda global es el consumo privado que en el cuarto trimestre 2018 volvió,
según el Indec, a disminuir 8,5 por ciento con respecto al trimestre anterior.
Los resultados obtenidos en los paneles de consumidores para cada producto y
marca, publicados en diarios financieros, indican una caída de las compras de
bienes de consumo en 2016, 2017 y 2018 y anticipan una nueva disminución en
2019. O sea, cuatro años consecutivos de baja, como lo ocurrido entre 1999 y
2002. En el país “granero –supermercado– del mundo” existe el hambre.
El consumo, tanto público como
privado, que representa el 86 por ciento del PIB, está en caída libre, en
particular el consumo de los hogares, lo cual es el resultado de una conjunción
de varios factores: a) el cambio de la composición del gasto, donde la parte
que no se puede resignar sin perder calidad de vida, como tarifas, alimentos y
otros productos esenciales, absorbe un porción cada vez mayor del ingreso y
deja cada vez menos recursos para la compra de otros productos; b) la baja del
ingreso global de los consumidores debido al desempleo creciente reduce la masa
salarial total; y c) la disminución de los salarios reales que disminuye la
capacidad de compra de los hogares.
La política económica ha
consistido en una acción coordinada destinada a disminuir la capacidad del
consumo de las familias (“la fiesta”, como fue definida por el oficialismo),
actuando simultáneamente sobre las diversas variables:
1.
El
incremento de las tarifas de los servicios públicos, luz, gas, combustibles,
telefonía ha incrementado la parte de los costos fijos, que pasaron a
representar el 6 por ciento del salario en 2015 al 28 por ciento a fines del
2018, según los cálculos de la Universidad de Avellaneda.
2.
El
creciente desempleo, que pasó del 6 por ciento en 2015 al estimado arriba del
10 por ciento en la primera mitad de 2019, redujo la cantidad de trabajadores
que reciben un salario. Como los trabajadores gastan todo lo que ganan, esto
significa que el ingreso global disponible en valores constantes disminuyó, ya
que los nuevos desempleados no cobran salarios.
3.
La baja
de los salarios reales. Como decía el General Perón, los salarios suben por la
escalera y los precios por el ascensor: los aumentos nominales de los salarios
son inferiores a la inflación y su poder de compra se contrae y el consumo sigue
también esta orientación.
Consumo
El análisis de las empresas que
realizan estudios de mercado muestra que el volumen de los “productos de marca”
más caros adquirido por los consumidores disminuye de manera regular y
contundente desde principios de 2016. El 66 por ciento de los productos de
consumo masivo disminuyó su volumen de venta durante los últimos 3 años. Vale
decir que no solo disminuyó el volumen del consumo sino que además se priorizan
los productos de precios más bajos. A esta caída del consumo privado debe
agregarse, en 2018 y 2019, la disminución del consumo público del orden del 3
por ciento.
La caída de la inversión, otro
componente de la demanda global, se explica de manera simple. La tasa de
interés se ubica en niveles siderales de arriba del 70 por ciento anual e
imposibilita cualquier inversión privada, ya que ningún nuevo proyecto
puede obtener una rentabilidad de ese orden inflación incluida. Pero
además ningún proyecto de inversión privada puede realizarse en la medida en
que existe una capacidad instalada ociosa de la mitad. Es simple comprender que
antes de invertir en nuevas maquinarias los empresarios tratarán de utilizar
las que ya existen y disminuir los costos fijos.
La teoría económica muestra que
cuando el consumo disminuye el acelerador de la inversión funciona al revés, ya
que no se invierte y una parte del capital es destruida. Pero no solo hay una
caída de la inversión privada sino que se tuvo que abandonar el pésimo proyecto
PPP (Participación Pública Privada), en el cual se había puesto todas las
fichas para la inversión “publica”.
EL consumo global, consumo
privado más el consumo público representan el 86 por ciento del PIB, lo cual
significa que cuando el consumo disminuye 1 por ciento, el conjunto de la
actividad económica disminuye 0,86 por ciento. A esto hay que agregar que la
disminución de los aranceles es un aliciente para la entrada de las
importaciones subvencionadas que provocan también una caída de la actividad
económica y el empleo y un aumento de la pobreza. Por eso como decía el General
Perón, “debemos evitar el espectáculo de la miseria en medio de la abundancia e
impedir que millones de seres perezcan de hambre mientras que unos pocos
centenares de hombres derrochen estúpidamente su plata”
La política económica
desarrollada por el gobierno de
Cambiemos desde el 12 de diciembre del 2015 es anticuada y vetusta.
La supuesta lucha contra la
inflación justificó el incremento de la tasa de interés por parte del
Banco Central, pero solo permite que el sector financiero obtenga ganancias estrafalarias y
provoca una disminución impresionante de la inversión que ha disminuido la
productividad. A esto se debe agregar una devaluación continua del peso. Lo
último provoca un incremento de los
precios de los alimentos, ya que la Argentina exporta lo que come, que
se traduce en una pérdida del poder
adquisitivo de los salarios, en una disminución de la demanda global y
un incremento de la inflación. Esto expresa la voluntad de favorecer a los
amigos justificada por la aplicación ciega de la teoría ortodoxa que tomada en su globalidad presenta
una falla en su lógica interna que todos conocen.
Desde Adam Smith hasta los nuevos clásicos
de hoy, como Robert Lucas o Robert Barro, la teoría ortodoxa
sostiene, como lo explicara Milton
Friedman, que la moneda es neutra, es un “velo”, ya que los precios de
los bienes son constantes: seis papas valen tres naranjas o lo que es lo mismo
una naranja vale dos papas y, por lo tanto, una variación de la cantidad de
circulante ya sea semillas, oro, plata, dólares, bitcoins o pesos solo
provocará una variación del precio de los bienes pero no modificará las
cantidades, ni en el corto ni en el largo plazo.
Para los neoliberales si se aplica, como en Argentina en la
actualidad, una reducción de la masa monetaria en circulación, los salarios y
los precios de los bienes deberían disminuir pero la cantidad de bienes o de
empleos permanecer constantes. Pero, para los consumidores o los
empresarios-productores esto no es así ya que la moneda (pesos, dólares o el
oro) no son un “velo”, sino una realidad que les sirve para comprar bienes y
servicios. Y si algo cambia en la moneda, ya sea su cantidad o su precio, que
es la tasa de interés, saben que esto provoca cambios en la economía real, los precios aumentan y las cantidades de productos
disponibles y el empleo disminuyen.
Keynes fue el primer economista en
explicar cómo se articulaba la relación entre la cantidad de moneda circulante,
las variaciones de la tasa de interés con el empleo y la cantidad de bienes
producidos, lo que constituyó una revolución en la teoría económica. Cuando se
aplican las políticas de
austeridad, como por ejemplo, un incremento de la tasa de interés el
nuevo equilibrio no se realiza a través de los precios que se mantienen
constantes, sino a través de las cantidades que disminuyen. En un esquema de
oferta y demanda la intersección de las curvas se desplaza hacia la izquierda en
las coordenadas cartesianas y no hacia abajo. La primera vez que Keynes intuyó
estas condiciones fue en 1925 cuando el gobierno inglés procedió a restaurar la
paridad de la libra esterlina con respecto al oro y para mantener la paridad
cambiaria con el dólar utilizó la tasa de interés. En lugar de que los precios
y los salarios bajaran y se adaptaran a las nuevas condiciones, se ajustaron
las cantidades y en particular la producción y el empleo que
disminuyeron.
Es lo que sucede con el Banco Central que utiliza las Leliq incrementando la tasa
de interés cada vez que el dólar sube y además vende una parte de los dólares
que le pidió al FMI lo cual aumenta a deuda externa. De un lado paga 300 mil
millones de pesos de intereses en el primer semestre 2019 por las Leliq y por
el otro endeuda el país vendiendo a los bancos los dólares que le “presta” el
FMI.
Durante la Gran Depresión de los años 1930 Keynes
observó el mismo fenómeno. Los gobiernos redujeron el gasto público y agravaron
la disminución de la demanda global lo que redundó en un incremento aun mayor
del desempleo. Keynes propuso en su libro más importante, La Teoría
General, una explicación completa de cómo se llega al nuevo equilibrio y la
articulación existente entre la moneda, el empleo y la producción de los
bienes. Afirmó además que el dinero no tiene un valor intrínseco sino que es
una convención social. Si la sociedad desprecia la moneda (compra dólares)
entonces esta disminuye su capacidad de compra, cosa que Keynes había
comprendido debido a su práctica profesional, no como profesor de Economía en
Cambridge o como experto y consejero del gobierno de su Majestad en el tratado
de Versalles, sino en tanto director de una compañía de seguros y como
especulador financiero, actividad merced a la cual se hizo millonario.
Se podría argüir que hay una
incongruencia ya que si se considera que los cambios en la masa monetaria, como
sostenía Martin d'Azpilcueta de
la escuela de Salamanca o Milton Friedman de la escuela de Chicago, no alteran
las cantidades de bienes cuando se establece un nuevo equilibrio en los
precios, entonces sería necesario actuar sobre la variables reales: el consumo,
la inversión, el comercio exterior para sacar la economía argentina del
estancamiento. Sin embargo un incremento del ingreso para desarrollar el
consumo o disminuir la tasa de interés para aumentar la inversión se consideran
“políticas peronistas-populistas”.
Pero no hay tal inconsistencia en
la política económica del gobierno argentino y de sus expertos, ya que no
buscan disminuir el desempleo o incrementar las exportaciones, el consumo o la
inversión sino en enriquecer fácilmente a lo más ricos. La insistencia en
dirigir la economía a través de las variables monetarias reside en que este
tipo de política tiene como objetivo facilitarle al sector financiero la
obtención de enormes beneficios con las Leliq y fugar los dólares que le prestó
el FMI.
Los neoliberales afirman que las
políticas de austeridad que empobrecen a la mayoría de la población son el
camino indicado para enriquecerla, ya que esto incrementa el capital de los
ricos que lo invierten y proveen de esta manera trabajo a los pobres: es la
célebre teoría del derrame. Nunca pasó ni pasará. Es lo que llaman “el cambio”.
La
encrucijada económica que le espera a Alberto Fernández
Existe una cuestión acerca de la
cual todas las fuerzas políticas, a pesar de sus marcadas diferencias, parecían
estar de acuerdo: la política
económica debe perseguir el objetivo de alcanzar (y sostener) un superávit fiscal.
La persecución de dicho objetivo
se desprende de creencias/teorías
equivocadas sobre el gasto público, el rol de los impuestos y, más en general,
la naturaleza del dinero. Lo que es peor, la consecuencia es una
economía que opera por debajo de sus posibilidades (con recursos desempleados).
Por lo tanto, se hace necesaria una teoría alternativa: debemos cambiarnos los
anteojos a través de los cuales analizamos la economía.
Puede afirmarse que la teoría económica neoclásica (y también
buena parte de la clásica) explica la naturaleza del dinero prescindiendo del
Estado. El Estado “se agrega” a una economía en la que ya existe el
dinero; en pocas palabras, el dinero (y el valor) serían anteriores al Estado.
En este marco, el valor del dinero suele atribuirse a que con él pueden
adquirirse mercancías. No obstante, esta explicación es claramente insuficiente
pues sólo traslada el problema: ¿por qué quien vende una mercancía acepta pesos
a cambio de ella?
En realidad, como sostuvieron
diversos autores “olvidados” por el mainstream (Knapp, Lerner, Keynes en
el Treatise, y hasta el mismísimo Adam Smith), pensar el dinero sin el Estado es absurdo:
el dinero es una “criatura del Estado” y, por lo tanto, no puede analizarse una economía monetaria
sin la (previa) introducción del Estado.
El Estado impone una obligación
impositiva pagable sólo en pesos (la moneda sobre la que posee el monopolio de
emisión). El peso se define,
entonces, como “lo que es necesario/aceptado para pagar impuestos”, es
decir, ni más ni menos que un crédito fiscal.
De aquí que los impuestos crean
desempleo: personas dispuestas a vender trabajo a cambio de pesos. Más en
general, los usuarios de pesos deben ofrecer bienes y servicios de modo de
hacerse de los pesos necesarios para cumplir la obligación impositiva. Los impuestos son suficientes (aunque no
necesarios) para garantizar la demanda/aceptación del pesos (y otorgarle valor):
“taxes drive money” (TDM).
El peso, como cualquier moneda (y
mercancía), tiene un componente vertical (exógeno, sector público consolidado)
y otro horizontal (crédito en el sector no público, cuya expansión bruta es
endógena y se netea a cero). De hecho, una confusión usual, incluso entre
economistas “heterodoxos”, es que si bien los préstamos crean depósitos, el crédito
no puede crear activos financieros en términos netos (que sólo pueden provenir
de la actividad vertical, las transacciones del sector público consolidado con
los restantes sectores). En pocas palabras, la creación neta de pesos es un simple monopolio público.
Ahora bien, una vez que se
comprende que el peso es un monopolio público, resulta evidente que el Estado (sector público consolidado) debe
gastar/prestar antes de que los usuarios de pesos puedan pagar efectivamente el
impuesto. Del mismo modo, al sacar una entrada para el cine, el emisor
tiene que entregarla antes de que el usuario pueda usarla para entrar al cine.
Pero entonces el gobierno no necesita recaudar para gastar; más bien, los usuarios de pesos necesitan que el Estado
gaste para poder cumplir la obligación impositiva.
De hecho, en un hipotético
“primer período fiscal” de la economía, alcanzar un superávit es imposible para
el sector público; en los períodos subsiguientes, el superávit es posible (pero
su magnitud está acotada por los déficits previos acumulados).
De aquí no debe concluirse que
los impuestos no sean necesarios; los impuestos son necesarios, más aún,
indispensables aunque no para “financiar” al gasto. La obligación impositiva
induce a los usuarios de pesos a ofrecer bienes y servicios a cambio de pesos
y, de ese modo, movilizan recursos privados al sector público.
Lo que es más importante, el Estado no tiene restricciones financieras
en pesos: puede cumplir cualquier pago denominado en pesos. Del mismo
modo en que a nadie se le ocurre preguntarse de dónde obtiene los puntos quien
los asigna en el marcador de un partido de tenis, no tiene sentido preocuparse
por la posibilidad de que el Estado “se le acaben” los pesos.
Claro que pueden existir
limitaciones “auto-impuestas” que limiten la capacidad del gobierno para gastar
en pesos, por lo general derivadas de las creencias equivocadas que mencionamos
anteriormente. Si, por algún motivo, la sociedad llegará a creer que fuera
peligroso caminar al ritmo que lo hacemos normalmente en la actualidad, podría
sancionarse una ley que nos obligara a atarnos los cordones de un zapato con
los del otro. Por absurda que pueda parecer la analogía, esto es precisamente lo que hacen los gobiernos al limitar
el tamaño de sus déficits.
Pero, entonces, ¿implica este argumento que el gobierno debe
gastar (y crear pesos) sin límite alguno? De ninguna manera. Implica,
simplemente, que las opciones de política deben evaluarse en función de sus
efectos sobre objetivos políticamente determinados; no por
incrementar/disminuir el déficit/superávit. En términos simples, el déficit no es bueno (ni malo) en sí mismo:
las finanzas públicas deben ser funcionales a los objetivos de política.
Como cualquier estudiante de Economía I debería
saber, debido a que el gasto de una persona es el ingreso de otra, a nivel
agregado, el ingreso debe ser igual al gasto. O, lo que es lo mismo, la suma de
los superávits de los diferentes sectores debe anularse. El déficit del gobierno es igual a la suma de
los superávits del sector privado doméstico y el sector externo. Si el
sector no gubernamental desea ahorrar (no gastar la totalidad de sus ingresos)
pesos en términos netos, sólo el déficit público permite hacerlo efectivo. Un
deseo colectivo en el sector privado sólo puede ser resuelto en el componente
vertical.
Quien probablemente sea el
principal exponente académico de lo que ha dado en llamarse TMM (Teoría Monetaria Moderna), L. Randall Wray utiliza el
siguiente ejemplo para ilustrar el problema del desempleo: "Digamos que
tenemos 10 perros y enterramos 9 huesos en el jardín. Enviamos a los perros a
encontrar los huesos. Al menos un perro volverá sin un hueso. Decidimos que el
problema es la falta de entrenamiento. Ponemos a ese perro en un riguroso
entrenamiento sobre las últimas técnicas de búsqueda de huesos. Enterramos 9
huesos y mandamos a los 10 perros afuera de nuevo. El perro entrenado termina
con un hueso, pero algún otro perro vuelve sin un hueso (con la lengua afuera,
por decirlo así)". La educación, la capacitación y el esfuerzo individual,
aunque beneficiosos, no solucionan el desempleo. Resulta obvio que estas
políticas sólo pueden redistribuir el desempleo de un grupo a otro. La causa del desempleo a nivel agregado es la
insuficiencia del gasto (y no las características de los desempleados).
Por lo tanto, limitar el gasto (tener un objetivo de
superávit fiscal) es irracional: mientras que el único “costo” del pleno
empleo es financiero (acreditar cuentas bancarias con pesos), el desempleo
tiene un costo real, los bienes y servicios que dejan de producirse.
El
desempleo es, entonces, evidencia de un déficit público demasiado pequeño. El gobierno puede aumentar el
gasto adquiriendo el trabajo desempleado (que, por definición, está a la venta
en pesos) hasta satisfacer el deseo de ahorro del sector no gubernamental o, lo
que es lo mismo, hasta alcanzar el pleno empleo.
Hay, sin embargo, un aspecto
particular de la situación argentina que debe tenerse en cuenta: la deuda en moneda extranjera. El
dólar tiene un precio en pesos (el tipo de cambio): si encuentra vendedores
dispuestos, el gobierno puede comprar los dólares requeridos para pagar la
deuda. No obstante, no está en posición de decidir el precio al que adquiere
los dólares. El incremento del tipo de cambio, generado por la mayor demanda de
dólares para cumplir los compromisos en moneda extranjera, podría derivar en un
aumento del gasto del sector público consolidado tal que agotara el espacio de
política fiscal dado por el deseo de ahorro de pesos del sector no
gubernamental (el ingreso que no se desea gastar). Esta es, ciertamente, una “restricción externa” para la
economía argentina.
Se trata, de hecho, de un caso
particular de una situación más general: gastar “demasiado” en otros objetivos
agota el espacio fiscal e imposibilita el pleno empleo (a menos que los
desocupados pudieran emplearse en la producción de dólares).
Además, en la medida en que este
gasto no estaría basado en una regla de precio (de hecho, el gobierno no podría
decidir ni el precio -el tipo de cambio- ni, por ende, la cantidad de pesos
gastados -dada por el producto entre el tipo de cambio y la magnitud de los
compromisos en dólares-), sería inflacionario (y, probablemente,
hiperinflacionario).
He aquí la encrucijada: más temprano que tarde,
el próximo gobierno deberá decidir entre cumplir sus obligaciones en moneda
extranjera y tener una economía con pleno empleo.
Agustín Mario es
docente-investigador CEEPyD, DEyA-UNM
12) CASH 02/02/2020 Superávit/Déficit fiscal Creación de dinero bancario
El virus Por Claudio Scaletta
El
fiscalismo es uno de los peores virus del pensamiento económico. Es la idea de las “finanzas
sanas”, de que no se puede gastar más de lo que se recauda. Es un “virus”
porque se trata de un lugar común grabado a fuego, a fuerza de repetición, en
el inconsciente colectivo. Se apoya además en el sentido común, la idea de gastar
“lo que no se tiene” parece absurda.
Así, cualquier economista que enfatice en la necesidad de
los equilibrios fiscales y monetarios, que diga frases como “tener una
macroeconomía ordenada”, o que hable de “políticas monetarias y fiscales
consistentes” habrá dado el santo y seña para ser inmediatamente considerado
“serio” y partícipe de la cofradía. Se trata además de lo que se enseña en la
mayoría de las universidades.
El virus habita y se reproduce
dentro de la corriente principal. El
buen economista sería entonces como el buen contador. No nos referimos
al arte de conseguir que los clientes paguen menos impuestos, sino a los
principios elementales de Luca Pacioli y su partida doble llevada a las cuentas
nacionales.
Sin embargo, si se acerca la lupa al problema puede
vislumbrarse su verdadera naturaleza. Los cultores de los equilibrios no
están en realidad preocupados en que los gastos sean iguales a los ingresos, es
decir en que no haya déficit, ya que tal estado, partiendo de una situación
deficitaria, podría alcanzarse, por ejemplo, aumentando los impuestos.
La verdadera obsesión está en el
Gasto y, por extensión, en el tamaño del Estado, que es lo mismo que decir la
cantidad y calidad de sus prestaciones. Un
derivado del fiscalismo, entonces, son los Estados mínimos que no se
ocupan de nada de lo que puedan ocuparse los privados. En el extremo nada de,
por ejemplo, salud, educación o previsión social, sólo las funciones básicas de
administración, seguridad y defensa.
Otro
derivado del fiscalismo es el monetarismo, la idea de que la emisión genera inflación y que
por ello deben existir bancas centrales independientes del poder político
--como si tal cosa fuera posible-- que ejerzan un control estricto sobre la
cantidad de dinero.
Son todas ideas cuyo fin último es en realidad la destrucción del sector público y
sus regulaciones.
La
soberanía del Estado no se
basa en que posea una policía y un ejército, sino fundamentalmente en su capacidad de “movilizar los recursos
sociales”, tarea que consigue principalmente a través del gasto.
Suponga el lector que el Estado
imprime billetes y los destina a la construcción de una obra de infraestructura
o a pagar los sueldos de la administración. El Estado habrá creado así un déficit, pero cuya contrapartida es el
superávit privado. El gasto, además, tiene un efecto multiplicador, ya
que el dinero inicial circula retroalimentando la actividad productiva. Por
ejemplo, los constructores de infraestructura demandarán insumos y mano de obra
y los trabajadores alimentos y textiles. El Estado gastó lo que no tenía y creó, de la nada, activos y actividad
económica. He aquí su poder.
Quitarle
al Estado la política monetaria, por ejemplo dolarizando la economía, equivale
a quitarle su poder de movilizar recursos, su soberanía.
Pero la historia no termina aquí.
El Estado generó actividad económica y
sobre esa actividad cobra impuestos. Si se genera actividad se generan
ingresos impositivos. En consecuencia, en los sistemas impositivos modernos, los equilibrios fiscales se consiguen
gastando más, no menos.
Si al lector le parece extraño
que no sea necesario recaudar primero para gastar después se puede acudir al
ejemplo de los principales creadores de
dinero: que no es el Estado sino los
bancos comerciales.
A diferencia de lo que
normalmente se cree, la mayor creación
de dinero es el dinero bancario a través del otorgamiento de créditos. Y
también a diferencia de lo que normalmente se cree los bancos no necesitan
poseer el dinero que prestan, solo una porción mínima, los encajes en el Banco
Central.
Por ejemplo, si el lector compra
un vehículo a través de un crédito bancario se crea una cantidad de dinero
equivalente al precio del vehículo y se acredita en la cuenta bancaria del
comprador. Es decir el banco creó dinero de la nada e inmediatamente ese dinero
comienza a circular. Por ejemplo a pasar de la cuenta del comprador al vendedor
y de la del vendedor a sus acreedores o proveedores. Tanto en el caso del
sector público como en el privado no se necesitó de una acumulación previa de
riqueza, “ahorro”, para poder movilizar recursos sociales. El ahorro recién aparece después de la
inversión como resultado del proceso productivo.
¿De qué
depende que los bancos otorguen más o menos créditos? Del nivel de actividad
económica. Por eso
la buena teoría sostiene que la cantidad de dinero es “endógena”, depende de la
evolución del PIB. Y el rol de la buena
economía no es conseguir equilibrios presupuestarios, sino conducir el ciclo
económico.
Los defensores del equilibrio
fiscal como objetivo de política saben que la reducción del Gasto contrae la
economía. También saben que el control férreo sobre la política monetaria
limita la capacidad de gastar del Estado. Otra vez, el objetivo no son los equilibrios, sino la destrucción del Estado,
al que la mala teoría asocia a una carga para el sector privado antes que a un
movilizador y multiplicador de recursos.
Lo
expuesto no quiere decir que no haya restricciones de Gasto para la política
económica, pero la restricción no es la interna. El Estado pueda gastar y movilizar recursos, pero
cuando lo hace la economía crece y, dada la estructura productiva local, las
importaciones crecen más rápido que las exportaciones, la economía se queda sin
dólares y se frena. La verdadera restricción,
entonces, es la externa. Por eso nunca deben confundirse los gastos en
pesos con los gastos en dólares.
Una pregunta posible, de sentido
común, es: ¿si se puede gastar sin
recaudar previamente, para qué sirve la AFIP? La estructura de recaudación
determina sobre quiénes pesa la carga de sostener el Estado, funciona como un
mecanismo de redistribución del ingreso. Es por eso que se dice que la estructura impositiva refleja las
relaciones de poder al interior de la sociedad.
Pero si realmente se quiere equilibrio fiscal, suponiendo que sea un fin en sí
mismo, se debe gastar más, no menos, para que crezca la economía y la
recaudación. Si en cambio el gasto se reduce se entra en un círculo
vicioso recesivo de caída de la actividad y de los ingresos fiscales. La teoría
económica lo sabe desde al menos la década del '30 del siglo pasado.
Los economistas ortodoxos también
saben cómo destruir el Estado. El nivel
de endeudamiento dejado por la administración de Mauricio Macri, y sobre todo
la dependencia con el FMI, obligan a los funcionarios de Economía a un
exagerado discurso fiscalista. Una vez más, la verdad surgirá de la
observación de cuáles serán efectivamente los gastos y sobre qué sector de la
sociedad recaerá mayormente su sostenimiento. Habrá que ver antes que escuchar.
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