miércoles, 19 de octubre de 2016
viernes, 14 de octubre de 2016
jueves, 13 de octubre de 2016
LA CRÍTICA DE KEYNES A LA LEY DE SAY
Jean-Baptiste Say fue un economista francés
(1767-1832) que divulgó la obra fundacional de la economía política clásica,
Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776)
del filósofo y economista escocés Adam Smith. Say pasará a la historia del
pensamiento económico por la teorización de un principio que se revela
fundamental para la posterior construcción de la economía ortodoxa o
neoliberal, la “ley de los mercados” o “ley de Say”). Se la puede resumir en la
siguiente sentencia: “la oferta crea su propia demanda”. Esta afirmación
equivale a sostener que una venta (oferta) es sucedida indefectiblemente por
una compra (demanda) o, que la oferta iguala a la demanda. Así se está ante un
mundo inmejorable para los capitalistas porque la producción es efectivamente
vendida. A partir de este aparente virtuosismo económico se puede extraer
algunas consideraciones.
Primero, el principio de Say funciona como una
garantía que imposibilita la aparición de crisis económicas porque todo bien
ofertado en el mercado es vendido o consumido. Asimismo, certifica un estado de
“equilibrio” económico debido a que las ventas proporcionan los ingresos para
aceitar la acumulación capitalista. Entonces, si todo el volumen producido es
consumido, tampoco pueden presentarse una situación de crisis o estancamiento.
En definitiva, si se presentasen problemas económicos estos serán
automáticamente atribuidos a “interferencias” vinculadas al intervencionismo
estatal. Este rasgo explicaría las propuestas políticas de minimización y
recorte de funciones del Estado.
Segundo, el desempleo no puede darse porque por
definición la “ley de Say” supone que los compradores satisficieron sus deseos
y que los vendedores maximizaron sus beneficios. De allí que, para la lógica
ortodoxa, esta ley represente un supuesto fundamental articulando mercados
libres cristalinos con pleno empleo. En este sentido, la ley no plantea la
cuestión distributiva, es más, brinda un escenario donde la sociedad pareciese
no tener ningún tipo de tensión entre clases porque sus relaciones están
dominadas por las virtudes innatas del “mercado”.
Pero quizás la crítica al principio de Say más
resonada fue la de Keynes. Sus observaciones, originadas en vistas de una
profunda depresión y desempleo, marcaron un punto de inflexión en la teoría
económica. Pero, si los lineamentos de la ley garantizaban la imposibilidad de
crisis ¿qué falló? Según Keynes, fracasó toda la estructura teórica ortodoxa
dominante de la cual la “ley de Say” era un bastión esencial. En la Teoría general
de la ocupación, el interés y el dinero (1936) sostiene que “sus enseñanzas
engañan y son desastrosas si intentamos aplicarla a los hechos reales”. Desde
esta óptica, intentó replantear la teoría ortodoxa inaugurando una nueva línea
de pensamiento que se conoció como teoría de la “demanda efectiva”.
Para Keynes era evidente que todo el volumen de
producción no puede ser vendido o demandado porque existen decisiones de los
agentes económicos que tienden a romper la igualdad de oferta y la demanda.
Sentenció que una situación de equilibrio general solo podía darse “por
accidente o por designio”. En resumen, no todo el arsenal de bienes que produce
la economía puede venderse provocando crisis capitalistas recurrentes.
Después de esbozar estas críticas surge una
pregunta: ¿por qué sobrevive velada o explícitamente el principio de Say en los
discursos de políticos, economistas y empresarios vinculados al neoliberalismo?
¿Por qué sigue vigente hasta nuestros días si empíricamente no puede
sostenerse? ¿Por qué nos bombardean con las supuestas bondades del mercado
libre donde, sin intromisión del Estado, oferta y demanda siempre se igualarán?
Perdura porque la ortodoxia necesita imperiosamente del principio de Say para
legitimar sus políticas en pos de una economía de mercado.
* Docente UNLZ y UNQ.
Domingo,
18 de septiembre de 2016
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